Enriquecimiento injustificado
El Ecuador heredó instituciones jurídicas del Derecho Romano. En una de ellas sus juristas pusieron mucho énfasis: el enriquecimiento ilícito o injustificado, estableciendo severas penas, más la devolución del duplo del valor de lo adquirido injustificadamente. Entendían que quien comete un acto incorrecto para beneficio personal o el de sus allegados, perjudica a todos; cuida no dejar huellas, pero no puede ocultar su repentina bonanza y bienes. Aquello explica la expresión: “Sacristán que vende cera y no tiene cerería, de donde ‘peccata mea’ sino de la sacristía”. Nuestra Constitución, artículo 231, vincula esta infracción a la declaración de bienes que el funcionario público presenta a Contraloría al inicio, durante y al concluir su función, organismo con potestad de presumir enriquecimiento indebido del autor y sus testaferros. Lo importante no es declarar qué posee, sino cómo llegó a tenerlo. Adquirir un patrimonio demanda una vida de trabajo, salvo ganar una lotería o recibir una herencia.
Es axiomático: el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. En estos casos, al que obra incorrectamente el poder lo protege. Hay que diferenciar entre enriquecerse ilícita o injustificadamente. Se pueden cubrir aspectos legales, lo cual no excluye obtener provecho con precios más onerosos en acuerdos con contratistas o adjudicatarios, por eso el axioma “¿quién peca más, el que peca por pagar o el que paga por pecar?”, que origina otros delitos: cohecho, concusión, peculado, contemplados en la legislación penal.
Sería iluso creer que se puede eliminar la corrupción, equivaldría a no entender la naturaleza humana. Las personas se unieron fácilmente por vicios, difícilmente por virtudes; lo que no se puede abandonar es la lucha permanente por enfrentarla. El enriquecimiento injustificado es una evidencia. Shakespeare nos enseñó: “Ningún legado es tan rico como la honestidad”.
Quien tiene mucho o poco como fruto de su trabajo o emprendimiento merece todo apoyo, en cambio debe reprocharse a quien exhibe algo mal habido, aunque la honestidad no esté de moda.
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