EE.UU. todavia es necesario en Siria

Mientras el mundo se preocupa por un posible conflicto entre Estados Unidos e Irán, el derramamiento de sangre en Siria está escalando nuevamente. El régimen del presidente sirio, Bashar al-Asad, ha intensificado su ataque contra el bastión opositor todavía en pie en la provincia de Idlib, donde viven unos tres millones de personas, incluidas muchas que han tenido que desplazarse internamente. Para evitar una nueva pesadilla humanitaria y otro éxodo masivo de refugiados, EE. UU. debe renovar sus esfuerzos para alcanzar la paz. Desde que la coalición respaldada por EE. UU. de fuerzas (esencialmente) kurdas logró desmantelar el califato territorial de Estado Islámico (EI), el país del norte ha comenzado a retirarse de Siria. A fines del año pasado, el presidente norteamericano, Donald Trump, anunció el retiro de las fuerzas estadounidenses en el lugar, cediéndole en la práctica las negociaciones sobre el futuro del país a Rusia, Irán y Turquía. Resulta claro que Trump se precipitó. El combate renovado en Idlib es un fuerte recordatorio de que Siria sigue siendo un polvorín. Casi un tercio del país está controlado por una milicia comandada por kurdos que Turquía considera un enemigo mortal. Debido al respaldo de EE. UU. a los kurdos y a la decisión de Turquía de comprar misiles antiaéreos rusos, las relaciones entre EE. UU. y Turquía están cerca de un punto de quiebre. Mientras tanto, Rusia ha orquestado su retorno a la región al respaldar al régimen de Asad, e Irán ha establecido una presencia propia en Siria, mejorando su influencia regional y aumentando la perspectiva de una guerra con Israel. En lugar de ignorar estos riesgos, EE. UU. necesita volver al juego de forjar el futuro de Siria. Como primer paso, debería crear un nuevo grupo de contacto que incluya a Turquía, Rusia, la UE y NN. UU. y tener tres objetivos críticos: presionar al régimen de Asad para que ponga fin a la violencia y acepte un Estado descentralizado a cambio de ayuda internacional para la reconstrucción. Para terminar el conflicto, el régimen debe abandonar su ofensiva en Idlib, y los grupos opositores arracimados allí acordar un desarme y una dimisión. Segundo, llegar a un acuerdo con el principal partido kurdo de Siria, el Partido de la Unión Democrática (PYD). A cambio de una autonomía regional dentro de un Estado sirio descentralizado, el PYD terminaría su alineamiento con el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), que ha venido montando una campaña separatista de terror en Turquía durante décadas. Con los lazos rotos entre el PYD y el PKK, el grupo de contacto debería entonces liderar un plan de estabilización para la región kurda de Siria. Tercero, reducir, si no eliminar, la influencia iraní en Siria. Con sus fuerzas y apoderados en el terreno, para no mencionar su considerable influencia sobre el gobierno sirio, Irán puede suscitar problemas en Siria, Irak, Líbano e Israel. La simple creación de un nuevo grupo de contacto reduciría la influencia diplomática de Irán al dejarlo afuera del principal foro para negociar el futuro de Siria. Más allá de esto, el grupo también debería condicionar el suministro de asistencia para la reconstrucción al alejamiento de Asad de los iraníes. Trump tiene razón de querer marcharse de Siria. Pero primero debe iniciar un nuevo esfuerzo diplomático de paz. Si se retira prematuramente, Siria terminará siendo un país crónicamente inestable y vulnerable a un resurgimiento del radicalismo, el alejamiento entre EE. UU. y Turquía pasará el punto de no retorno, Rusia tendrá un representante incontrolado en Oriente Medio e Irán estará empoderado para fomentar el caos en toda la región.