Pueden EE.UU. y China evitar una guerra de monedas

Al inicio de esta semana la moneda china (el yuan) se debilitó ligeramente respecto del dólar. La respuesta inmediata en todo el mundo fue el pánico. Se desplomaron los mercados financieros, el gobierno del presidente estadounidense Donald Trump acusó formalmente a China de manipulación cambiaria, y el temor a una nueva guerra de monedas se extendió como el fuego. No estalló ninguna guerra de monedas, al menos por ahora. Sin embargo, el peligro es real. Aunque los mercados parecen estar recuperándose hasta cierto punto, Estados Unidos y China siguen trabados en una peligrosa guerra comercial sin fin a la vista. Washington todavía está dispuesto a imponer un arancel del 10% a unos 300.000 millones de dólares de importaciones desde China. Es razonable suponer que China tomará represalias instrumentando una devaluación sustancial de su moneda. Pero como esa devaluación también supone grandes riesgos para China, su gobierno dudará de dar ese paso. Muchas grandes empresas chinas están muy endeudadas en dólares, y un debilitamiento del yuan aumentaría en gran medida el costo del servicio de esa deuda externa. Peor aún, la perspectiva de devaluación puede alentar una fuga masiva de capitales desde China por parte de empresas y personas preocupadas por proteger el valor de sus activos. Lo que sucedió al principio de esta semana fue mucho más sutil; fue una advertencia a EE. UU., un recordatorio de que China todavía tiene muchas armas económicas en su arsenal. Por desgracia, el gobierno de Trump respondió con típica torpeza, y malinterpretó la modesta señal china como algo más siniestro. Al acusar de inmediato a China de manipular su moneda, EE. UU. solo consiguió endurecer las posturas en ambos lados. En síntesis, las relaciones entre las dos economías más grandes del mundo podrían pasar de ser malas a ser mucho peores. ¿Puede evitarse una mayor escalada? Un modo de hacerlo sería buscar un árbitro neutral que dirima la cuestión cambiaria. El candidato más obvio es el FMI, una de cuyas funciones principales es vigilar las “reglas de juego” en los asuntos monetarios internacionales. Pero en la práctica, la autoridad del Fondo es muy limitada. Una opción ligeramente más realista sería iniciar una negociación directa entre los gobiernos de ambos países (con la posible inclusión del Banco Central Europeo y una o dos potencias monetarias más) para llegar a alguna clase de tregua. Hay un precedente; allá por 1936, tras más de un lustro de devaluaciones competitivas descontroladas durante la Gran Depresión, las principales potencias financieras del momento (EE. UU., el Reino Unido y Francia) acordaron un sistema informal para la estabilización cambiaria mutua. Este Acuerdo Tripartito (apodado jocosamente “el patrón oro de las veinticuatro horas”) comprometía a cada país a notificar con 24 horas de antelación cualquier cambio en el precio de su moneda. Aunque distaba de ser perfecto, el pacto consiguió restaurar algo parecido al orden en los asuntos monetarios. Un acuerdo similar hoy sería más difícil de negociar. EE. UU. y China son adversarios estratégicos trabados en una guerra comercial, e incluso una iniciativa muy limitada para resolver la disputa cambiaria puede resultar inalcanzable. Pero no está fuera del ámbito de la posibilidad. En última instancia, ambos lados pueden ver algún beneficio en descartar un conflicto cambiario y así evitar mayores daños a sí mismos y a otros.