Distracción. Alimentar a los loros es para don Carlos Castro un momento de esparcimiento y alegría.

Don Carlos, el ‘padre’ de 19 loros cabeza roja

Entorno. Varias de estas aves que después de ser mascotas han sido liberadas en las ciudades, logran adaptarse y sobrevivir en las zonas urbanas.

Alpiste, arroz cocido y restos de frutas no faltan en una ventana del segundo piso de la vivienda situada en Guaranda 516 y Febres-Cordero, sureste de la ciudad. El inmueble es ‘el comedor’ de 19 loros de la especie cabeza roja o aratinga de Guayaquil.

El anfitrión de las aves es Carlos Alfonso Castro Chacón, un hombre dedicado a las labores de imprenta y que se autodefine el ‘padre de los Pepes’, como bautizó a los ejemplares. Los pequeños animales arriban todos los días para desayunar y almorzar.

La presencia de los loros se remonta seis años atrás, cuando el azuayo de ahora 84 años compró en 30 dólares una cría hembra a la que llama Pepa.

Tal fue el aprecio por el animal que le destinó gran parte de su tiempo. Incluso tuvo la paciencia de enseñarle algunas palabras y saludos. Pepa se divertía recorriendo el segundo piso del inmueble que don Carlos comparte con su esposa Eudocia y dos de sus seis hijos.

Pero todo cambió cuando uno de sus vástagos le obsequió un loro, a quien bautizaron como Pepo. La familia esperaba que las aves empollaran, pero en su lugar peleaban.

El macho buscaba la manera de que Pepa saliera de ese entorno, así que don Carlos decidió abrir la ventana para dejarlos en libertad.

“Recuerdo que le dije a Pepa: Te dejo libre, pero sabes que aquí puedes venir a comer, que eres parte de la familia. Recibí un ‘gracias’ de mi lorita para luego volar”, comenta el adulto mayor, sin lograr ocultar algunas lágrimas.

Les puso alpiste y trozos de frutas en la ventana con la esperanza de que vuelvan. Pasó medio día y nada. Cuando perdía la esperanza del retorno, apareció en la tarde su querida Pepa con su singular ‘hola’. La acompañaba el macho Pepo.

Comprendió que las aves buscaban un espacio libre para anidarse, siendo su refugio un frondoso árbol de caucho que resalta en el patio de una vivienda cercana.

Con el transcurso del tiempo fueron llegando las crías de Pepo y Pepa. Una, dos, tres... Ahora son 19 aves, a las que don Carlos define como sus hijos, una bendición de Dios.

El hombre madruga para preparar el desayuno y tener listo el ‘almuerzo’ antes del mediodía. “Son tan exigentes mis loritos que si no estoy a tiempo golpean el vidrio de la ventana con sus picos”, asegura, mientras coloca en su boca arroz cocido para que coman las aves.

Don Carlos espera que Pepo y Pepa aumenten el número de crías, pues para él cada animal representa “momentos difíciles de describir”.

Decisión

En una ocasión, una persona pretendió comprar uno de los loros, a cambio de 50 dólares y un quintal de arroz. Don Carlos no lo hizo por temor a que sus aves decidieran irse.

Detalle

Es un ave verde brillante, de entre 30 y 35 cm. La cara es de color rojo intenso y tiene una línea roja en la curva de sus alas. De pico curvo, fuerte y ganchudo; con cola larga y puntiaguda.