Despues del cataclismo

Todo quedó devastado: casas, vehículos, edificios, contenedores de basura, cables del trole, cajeros automáticos, arboles, parques, señales de tránsito y calles desempedradas, con piedras tornadas en proyectiles.

Las huellas de tifones foráneos no son tan sobrecogedoras, allá son las nubes y las tormentas, acá el fanatismo y los dedos sicarios de quiteños dueños de sus barrios; gentes habitualmente apacibles, mutando a posesos botando espuma, jóvenes contagiados, cubiertas las caras pero no sus corazones.

Nuestros custodios no actuaron, tuvieron miedo y olvidaron la dignidad; soldados bien armados pero vejados, esperando ser socorridos por los curiosos de buen corazón. Por aquello, jefes de familia desesperados, reuniendo a los vecinos que arrumando palos en vez de armas prohibidas, hicieron minga forzada para repeler los ataques en las puertas de calle.

A pesar de todo, el demonio falló en su propósito y pronto será desterrado de las mentes. Ese será el pasajero baladí que tampoco nosotros habríamos querido conocer.

Carlos Mosquera