Dejà vu en el CNE
Cuestionar la labor del Consejo Nacional Electoral hasta hace tres años era improductivo. Oficialmente no se transparentaban irregularidades y si las había, los trapos se lavaban casa adentro. El cambio de ciclo gubernamental auguraba normalidad en las instituciones de control. Se esperaba que si algo no marchaba como decía la ley, primero, se detectaría y, luego, se denunciaría. A juzgar por lo experimentado, sería aventurado decir que el CNE actual tiene los mismos vicios que el anterior. Si antes resultó imposible de demostrar -más allá de la sospecha- la afinidad de intereses entre la cúpula gubernamental y la electoral, ahora hay menores suspicacias. ¿Eso se ha traducido en mejores resultados? No. En la práctica, la renovación del rol electoral ha quedado en la nada. Cuando se reveló la trama de financiación a PAIS entre 2013 y 2014, se preguntó al CNE si ampliaría las pesquisas a otros periodos y otros partidos. No había razones para ello, se dijo, hasta que aparecieron nuevas revelaciones sobre la campaña presidencial. Lo último que atañe al organismo es el descontrol previo en las firmas de las organizaciones políticas que se postularon el pasado mes de marzo. Urge una reforma a las normas electorales, de financiación y de transparencia. Si no se puede confiar en el proceso de elección, ¿esto es democracia?