Cultura y culturas

Instaurado el gobierno del segundo velasquismo, luego de la Revolución del 28 de Mayo de 1944, que se quedó con el mote de “La gloriosa”, destacados personajes de la izquierda ecuatoriana tuvieron la oportunidad de asumir importantes posiciones en el poder, con la respectiva influencia que ello significaba, en un momento de una desde entonces nunca repetida unidad política nacional, que llevó a una convivencia de algunos meses entre revolucionarios y derechistas, ambos radicales (por ejemplo, Camilo Ponce Enríquez y el conde Jijón y Caamaño, conservadores convencidos, parecían andar amablemente de la mano con Pedro Saad, secretario de Partido Comunista del Ecuador).

Instaurado el gobierno del segundo velasquismo, luego de la Revolución del 28 de Mayo de 1944, que se quedó con el mote de “La gloriosa”, destacados personajes de la izquierda ecuatoriana tuvieron la oportunidad de asumir importantes posiciones en el poder, con la respectiva influencia que ello significaba, en un momento de una desde entonces nunca repetida unidad política nacional, que llevó a una convivencia de algunos meses entre revolucionarios y derechistas, ambos radicales (por ejemplo, Camilo Ponce Enríquez y el conde Jijón y Caamaño, conservadores convencidos, parecían andar amablemente de la mano con Pedro Saad, secretario de Partido Comunista del Ecuador).

Y como en el gremio de los escritores y artistas siempre está latente el espíritu de lo zurdo, un grupo encabezado por Benjamín Carrión, socialista a rabiar, propuso la creación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, que al poco tiempo fue constituida aprovechando que ejercía las funciones de ministro de Educación (antes no había Ministerio de Cultura) otro afiliado comunista, el entonces licenciado Alfredo Vera Vera, quien logró imponer el criterio de los intelectuales a pesar de que el ministro de Gobierno, Carlos Guevara Moreno, pretendía que con los fondos creados en el régimen anterior, el de Arroyo del Río, para un organismo académico y acartonado, se conformara una institución más bien de relaciones públicas del Gobierno.

A los 71 años de creada la CCE, la Revolución Ciudadana empolla en la Asamblea una nueva Ley de Cultura, que se la ha pluralizado posiblemente para señalar la parte indígena de nuestra identidad cultural. Al momento del anuncio de esta ley hubo el temor de que el organismo perdiera la autonomía que desde su fundación ha ejercido, pero al parecer con algo de “socialización” se logró enmendar en algo el entuerto, y sin embargo de que se impone el Sistema Nacional de Culturas, para darle al Estado una mayor injerencia, se dice por lo menos en el texto del proyecto que el viejo estatus persiste (aunque con un nuevo control). Lo novedoso es que en la capital funcionará la matriz y además un núcleo, con lo que se quiere dar la impresión de que se produce una forma de descentralización.

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