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Corresponsables

Corresponsabilidad y coparticipación son solo dos de los eufemismos que escucho últimamente con harta (nte) frecuencia, de boca de los guardianes del “statu quo”, cuando se les pide cambios. Ante cada reivindicación social, cívica o gremial, la vieja guardia política desenvaina de su arsenal semántico esta muletilla en son de condición: ¿qué harás tú para pedirme que mueva un dedo? Como si no estuvieran allí justamente para atender reivindicaciones ciudadanas, parecen proteger la parte ancha del embudo en un erosionado contrato social. Mientras, hace pocas semanas y como consecuencia de una intensa presión ciudadana, cuatro partidos políticos mexicanos aceptaron renunciar a los fondos partidistas a los que normalmente acceden. La devolución se daría como consecuencia directa de dos fenómenos. Por un lado, la necesidad de la sociedad mexicana de procurarse fondos para la reconstrucción del DF y, por otro lado, quizá más importante aún, como avergonzante respuesta ante el hastío popular con las prebendas y privilegios de los que gozan los políticos y los partidos. En Ecuador, cuando el anterior gobierno creó un “impuesto solidario” para atender a los afectados del terremoto de Manabí y Esmeraldas, ¿hubo corresponsabilidad de los partidos, funcionarios y políticos electos? La única evidencia disponible muestra que buena parte de la plata sirvió para pagar sueldos y que las obras realizadas o en curso, han sido severamente cuestionadas y son hoy revisadas por Contraloría. Debo recordar que fue el mismo presidente Moreno el que, en su discurso de posesión, presentó la corresponsabilidad como un valor de su gobierno; también dispuso medidas de austeridad, que han obligado a ciertos funcionarios a recortar sueldos y privilegios. Pendiente está aún que los ciudadanos y las autoridades correspondientes (de cuentas, pero también penales), ponderen y contabilicen en las investigaciones de corrupción el valor de la enorme corresponsabilidad que tienen algunos con la situación del país. Primero, dicen, hay que fijarse en la viga del ojo propio antes que en la paja del ajeno.