Recuerdo. El Parque Histórico es el lugar favorito del cónsul Eduardo Bernales y su esposa. Los cautivó por su verdor.

El consul que le temia a Guayaquil

Eduardo Bernales representa a Perú hace 5 años. Le sorprendió el cambio de la ciudad, a la que había visitado de pasada.

Guayaquil no era una ciudad amigable para los turistas en 1989. La insalubridad, la delincuencia y su carente ornato urbano provocaban esta impresión negativa en quien llegaba. Por eso, cuando, 24 años después, le comunicaron que esta urbe sería su nuevo hogar, no hubo entusiasmo.

Aquella reacción no debe causar sorpresa si -sumado a ese oscuro recuerdo- se tiene en cuenta que, con sus tres décadas en tareas diplomáticas, el cónsul de Perú en Guayaquil, Eduardo Bernales, había tenido la oportunidad de vivir en Bogotá, Francia e incluso Israel.

Era marzo de 2013. Para su bien, el de su familia y el de todos los guayaquileños, el temor de reencontrarse con aquella sucursal de Ciudad Gótica se disipó al bajar del avión. Guayaquil ya no era aquello horrible que tenía en la memoria.

“Estaba totalmente transformada, había mejores condiciones de vida y se percibía más agradable”. El cónsul recibe a EXPRESO sentado en el piso 13 del edificio Centrum, de la avenida Francisco de Orellana, un espacio de 232 metros cuadrados que adquirió a su llegada y con el que hizo historia.

“Desde 1830, el Consulado no tenía algo propio”, recuenta, orgulloso del logro del que el viernes pasado tuvo que despedirse, luego de que la Presidencia de Perú hubiera decidido, mediante resolución suprema, dar por terminadas sus funciones como Ministro en el Servicio Diplomático.

Los ventanales enormes del consulado miran, al este, hacia el aeropuerto y a ese río enorme que parece mar, y al sur, al centro, incluso el Tornillo, ese gigante del Puerto Santa Ana, se divisa desde allí. “El Puerto Santa Ana...”, se detiene el cónsul. “Cómo ha evolucionado en este tiempo... Cuando llegamos solo había un restaurante”.

No en vano, Bernales resume a Guayaquil en un solo titular: “Ciudad en permanente transformación”. En este lustro, por ejemplo, vio nacer La Bota, aquel espacio de cultura que llenó de vida al malecón del Salado y que ahora constituye, desde su lectura, un innegable centro de recreación.

Bernales habla en plural por su familia. Está casado desde hace cerca de tres décadas con Cecilia de La Calzada. Tienen dos hijos, Sebastián, de 20 años, y Almudena, de 15. La joven vive con ellos y el mayor está en España hace poco más de un año; “pero quiere volver. Tiene muchísimos amigos acá”, explica Cecilia.

Incluso ella, la esposa del cónsul, los tiene. Desde que llegaron buscó desempeñarse en su rama profesional, el ballet. Entró al Teatro Centro de Arte y hasta el viernes recibió clases en Dancers, la academia de Freddy Rivadeneira.

Cuando se es parte de una familia itinerante, las cosas no son fáciles. Los niños se adaptan a un lugar y ya no quieren irse y es estresante el cambio de casa cada tanto. Hoy, por ejemplo, vuelan a Lima. Pero Cecilia ya planea vacaciones en Ecuador.

De los lugares que los cautivaron coinciden en el Parque Histórico. “Es increíble que a tan poca distancia haya una zona ecológica tan maravillosa”, opina el cónsul. Su esposa lo secunda: “Es cálido, está cerca del río, hay mucho verde. Es un sitio donde puedes encontrarte contigo mismo, sin ruidos, sin perturbaciones. Te sientes parte de la naturaleza”. Por eso, al menos una vez a la semana pasaba allí.

Durante su estadía acá vivieron en una urbanización de Samborondón, pero eso no les impide admirar, por ejemplo, la isla Santay, el malecón o los 444 escalones del Santa Ana, ni, por supuesto, elogiar la gastronomía. Adoran los bolones y el tigrillo.

Lo que más extrañará el funcionario, sin embargo, es el clima. “El calorcito, el hecho de poder ir todas las noches a pasear o a cenar sin tener que ponerme una chompa”, describe él. “Ya somos guayacos”, ataja su esposa. “En ningún otro lugar pude ducharme los 365 días del año con agua fría”, remata el cónsul. Ríen.

Las huellas que deja en Ecuador

Eduardo Bernales se lleva no solo la satisfacción de haber ayudado a sus compatriotas. Más de 300 niños de escasos recursos recibieron donaciones en su administración. Son menores que estudian en el colegio República del Perú y que viven en Mucho Lote y Bastión Popular.

Su tiempo en el consulado estuvo repleto de actividades que buscaron promocionar a su país desde todos los ejes posibles.

“Tuvimos elecciones, encuentros culturales, económicos, comerciales y turísticos. Hubo, por ejemplo, homenajes a Chabuca Granda, celebramos el Día Nacional del Perú, realizamos una exhibición de caballos de paso y contamos con la participación de distintos escritores en la Feria del Libro”, describe.