Walter González, periodista jubilado, mantiene intacta la vocación. Un decano de la facultad donde laboraba le dio la oportunidad de estudiar.

De conserje a editor de biografias

Walter González, periodista jubilado, mantiene intacta la vocación. Un decano de la facultad donde laboraba le dio la oportunidad de estudiar.

Acaba de terminar su última biografía, la del profesor Hugo Cepeda Delgado, catedrático de 96 años y periodista investigador. Aún no tiene plata suficiente para encuadernarla, pero a Walter González, de 66, no parece preocuparle. No busca dinero ni fama, tan solo dejar constancia de los logros alcanzados por personajes que no copan los titulares del día a día.

Aunque lleva cuatro años jubilado, no quiere que sus dedos se entumezcan. Sus biografías versan siempre sobre personas que a su juicio merecen un homenaje en vida, que han dejado huella.

Pero Walteriño, como le dicen sus amigos, no pulió su estilo entre libros. Él se forjó con una escoba, un trapo y los oficios que debía despachar a diario. En 1972, se convirtió en el conserje de la Facultad de Ciencias de la Información, adscrita en ese entonces a la de Filosofía y Letras de la Universidad de Guayaquil. Poco a poco, a base de sencillez y buen hacer, se ganó el respeto y aprecio de los docentes, que a menudo hacían colectas para ayudarlo. Walter no ha olvidado las aciagas balaceras estudiantiles que acontecían en aquellos años. Tenía que arrastrarse por la tierra para hallar algún rincón en el que ponerse a salvo.

Pasaron casi veinte años hasta que Coquín Alvarado, un antiguo decano de la entidad, le lanzó el mayor reto de su vida en 1991: quería que estudiara Comunicación Social y se convirtiera en su relacionista público. Él aceptó. Cinco años más tarde, se graduó. Para entonces ya contaba con otros dos trabajos paralelos en la prensa.

Walteriño no ha dejado de escribir desde entonces. Cada mañana, tras santiguarse ante la imagen del Divino Niño y salir a trotar, enciende su computadora, que preside una pequeña oficina en su departamento del sur guayaquileño, y da forma a sus ideas con la ilusión de un muchacho primerizo. A su alrededor se amontonan libros, diccionarios y recortes de prensa.

Sus causas

Además de biografías, se involucra en causas sociales. Pero no recibe remuneración más allá de la satisfacción personal. En cierta medida, parece ansioso por recuperar aquellos años en que carecía de medios para estudiar. “Antes de que me haga amigo del alemán (haciendo alusión a la enfermedad de Alzheimer), mejor dejo mis vivencias en el archivo. Quizá mañana ya no las recuerde”, sintetiza con una leve sonrisa.

Así que reparte sus días entre su despacho y los reencuentros, como esos con sus colegas de vocación y sus excompañeros del colegio Vicente Rocafuerte a los que tanto le agrada acudir. Fue allí donde se graduó de bachiller. Sus siete hijos son adultos, la mayoría están comprometidos y le han dado seis nietos. Pero aún le queda un sueño por cumplir: viajar a Estados Unidos.

Una muerte que lo empujó a la bebida

La muerte de su madre, ocurrida en 1971, fue uno de los episodios más duros de su vida. En aquel entonces vivía en las calles Clemente Ballén y García Avilés, frente a la familia Bucaram. El golpe lo llevó a refugiarse en la bebida. Tal era su amargura que un día, estando ebrio, viajó a Colombia y se convirtió en vendedor ambulante de frutas, que portaba en un charol.

Cronología

1972

Conserje (4 años) en la Facultad de Ciencias de la Información.

1979

Ayudante de administrador en la entidad.

1980

Fundación de la Facultad de Comunicación Social (Facso), de la Universidad de Guayaquil. Ayudante de administración.

1986

Coordinador cultural de la Facso, en la ciudadela Quisquís.

1991

Hasta 1998, relacionista público de la Facso.

1999

Administrador de la Unidad de Posgrado de la Universidad de Guayaquil hasta 2013.