Carlos Maya, en su vivienda, cargando a su hijo mientras revisa correos.

Trabajar desde casa, un privilegio

Según el Ministerio de Trabajo, que impulsa este proyecto, el teletrabajo puede ser permanente o puede ser parcial. Como el caso de Carlos y Diego, respectivamente.

Carlos Maya, de 39 años, despertó un poco más tarde de lo habitual. Con calma, tomó un baño, se vistió con una camisa y pantalones formales, y como de costumbre, se colgó en el cuello la credencial de su trabajo (una que revela su cargo): gerente de desarrollo de soluciones digitales (en una empresa de telefonía celular). Listo y presentable, caminó desde su habitación no más de diez metros hacia la mesa de comedor. Allí empezó su jornada laboral... Ojo, no es que Carlos va a faltar hoy a su empleo. Él es un teletrabajador y desde hace seis meses, cada jueves, cumple con sus funciones desde la comodidad de su hogar. ¡Qué privilegio!

Carlos es uno de los 8.843 teletrabajadores del país, una modalidad que ha ido tomando fuerza en las empresas públicas y privadas del Ecuador en los últimos dos años. En su mayoría, los empleados que se han acogido a esta práctica están concentrados en Guayas y Pichincha con un 60,93 %.

En el norte de Quito, Carlos le abre las puertas a este Diario para mostrar cómo funciona el teletrabajo. Con su hijo de apenas un año sentado en sus piernas, cuenta que hoy se ahorrará una hora en ir y volver de su oficina. Cinco kilómetros. Tiempo que, asegura, invertirá en su labor: “ayudar a las empresas a ejecutar y hacer real sus procesos de transformación digital”, resume.

Que se quede en casa no lo exime de contestar llamadas, revisar correos, atender las necesidades de su empresa... Todo desde su celular y laptop, que están sobre la mesa de comedor. “Esta es mi oficina”, bromea Carlos frente a una ventana que refleja el occidente de la capital [perfecto para trabajar sin presión]. En esos aparatos tiene un sinfín de programas que le permiten, aun estando lejos, permanecer conectado con la compañía, que cuenta con 700 empleados. De ellos, un 20 % se ha acogido a esta modalidad. Hay quienes no quieren. Y no hay problema.

“Uno hace las cosas de manera más relajada”, “hay menos reuniones, pero mayor eficiencia”, “gano tiempo de calidad”. Son frases que repite el hombre, graduado en Electrónica y Telecomunicaciones por la Universidad Politécnica. Aunque, reconoce, su trabajo ahora está más enfocado al área comercial. Está satisfecho.

Mientras está en el computador, Carlos tiene “breves cápsulas” para atender a su pequeño, lo cuida, lo levanta, lo abraza... Esa es, dice, una de las mejores razones para quedarse en casa. Eso sí, sin descuidar ni un minuto la labor. Y en eso radica prácticamente el teletrabajo, en el voto de confianza que ofrece el empleador al empleado. Un desafío. No hay cámaras que lo vigilen. De repente llegan visitas desde la compañía para analizar el lugar en el que está laborando: que sea adecuado y que, de ninguna manera, vaya a afectar su cuerpo, como por ejemplo el sitio desde donde usa su laptop. Imposible desde la cama. Mucho menos quedarse en pijama. A veces tiene videollamadas. Es mejor que lo vean peinado.

El resultado del teletrabajo se ve en la producción. Y de eso habla el ministro de Trabajo encargado, Andrés Madero. Asegura que las empresas que se han acogido a esta modalidad han reportado, en muchos casos, un incremento en la productividad de hasta un 45 %. Eso, además del ahorro de espacios y servicios básicos en las compañías: agua, luz, teléfono. Si bien es cierto que este proyecto está enfocado en grupos prioritarios (personas con discapacidad o enfermedades catastróficas...) no hay límites. Cualquiera puede hacerlo. Y Carlos es un ejemplo.

Es un gerente. Tiene un hijo. Trabaja en la empresa por más de 14 años. Y sus jefes han confiado en él. Cuenta también que hace seis meses, cuando todo empezó, en la prueba piloto hubo una persona que incumplió. ¿Qué le pasó? Regresó a su puesto, sin poder acceder al teletrabajo. Dice también que hay cargos que no podrían funcionar bajo esta modalidad: principalmente gente que trabaja en atención al cliente.

Y cuando han pasado horas desde que Carlos empezó su jornada laboral, descansa un momento, comparte con sus suegros que están de visita, busca la manera de entretener a su bebé y, como hábito, se sienta nuevamente en la silla del comedor y continúa. Así es un día de un teletrabajador.

Dejó atrás el calvario

Diego Rodríguez tiene 40 años. Tras sufrir un accidente de tránsito perdió la visión. Para ir y regresar de su trabajo invertía tres horas diarias. Un verdadero calvario. Pero la empresa en la que labora acogió la modalidad de teletrabajo, y desde entonces él cumple sus funciones desde su hogar. En su computadora tiene un programa lector de pantalla, así es posible que él lo pueda usar: durante su jornada se reporta con el supervisor, siempre bien peinadito y presentable. Se encarga de llamar a las personas para recordarles a cuánto ascienden sus deudas y cuándo deben cancelarlas. Asegura, al igual que Carlos Maya, otro teletrabajador, que tiene tiempo de calidad con su familia. Ahorro. Seguridad, sobre todo para él, quien tenía muchas dificultades para llegar a su oficina, porque debía caminar cuatro cuadras y tomar tres buses. Su hija y esposa lo apoyan.