Mientras los votantes hicieron las filas, los comerciantes trataron de sacar el máximo provecho.

Entre carreras y negocios

Darío Flores se acercó con cierto recelo a un militar que estaba en la mesa de información del recinto electoral de Pomasqui. Tímidamente, y como si se tratara de un secreto de Estado, le preguntó si había el riesgo de que alguien sea detenido por tene

Darío Flores se acercó con cierto recelo a un militar que estaba en la mesa de información del recinto electoral de Pomasqui. Tímidamente, y como si se tratara de un secreto de Estado, le preguntó si había el riesgo de que alguien sea detenido por tener una boleta de captura por un juicio de alimentos.

El militar sonrió y le dijo que de eso se encargaban los policías. Si no había uno cerca y exclusivamente con la misión de detenerlo, él podía ejercer el derecho al voto sin problemas.

La respuesta le convenció pero igual quedó inquieto. Mirando a todos lados para no dar un paso en falso se acercó a la mesa, esperó dos turnos, votó y se retiró rápidamente. Tenía su papeleta y no había razones para seguir exponiéndose.

Él fue uno de los pocos que votó con apuro. Los demás se tomaron todo el tiempo que quisieron. Inclusive, aprovecharon para ponerse al día en las noticias sobre sus conocidos. Después de todo, las elecciones sirvieron para que varios amigos se vean después de varios meses. Abrazos, griteríos, carcajadas y el típico “asomarás”, se repitieron en los encuentros.

Mientras los votantes hicieron las filas, los comerciantes trataron de sacar el máximo provecho. En el recinto del colegio Mena del Hierro, en Cotocollao, hubo una verdadera pugna por captar a los clientes. La plastificación de la papeleta fue la mayor oferta. El precio más bajo, 15 centavos. Al menos veinte personas ofrecieron ese servicio.

Los refrescos, granizados y helados ocuparon el segundo lugar en la demanda, debido al fuerte sol que hizo en la mañana. Los puestos de comidas poco a poco fueron atrayendo a los clientes, con diversas fórmulas que iban desde obsequiar bocaditos hasta mostrar el menú en plena calle.

Debido a la festividad del carnaval, las espumas se vendieron rápido. Claro, hubo recelo para lanzarlo a todo mundo por lo que, generalmente, los adolescentes se juntaron y se mojaron entre ellos.

Y así transcurrió la mañana en la mayoría de centros, entre correteos, negocios, juegos y reencuentros.