Bolsonaro, ni orden ni progreso

#1“Sería incapaz de amar un hijo homosexual. Prefiero que un hijo mío muera en un accidente a que aparezca con un bigotudo por ahí”. #2: “(los negros) No sirven ni para procrear”. #3 “Ella no merece, porque es muy fea. Yo no soy violador, pero si fuera, no la iba a violar porque no lo merece”. Homofóbico. Racista. Machista. Ante ustedes el futuro presidente de Brasil: Jair Bolsonaro. Se preguntarán cómo este escenario es posible. Acto seguido, procederemos a catalogar este caso como aislado. Y que acá, no podría pasar. Antes de refugiarnos en una ilusión, recordemos que el “fenómeno Bolsonaro” se dio en uno de los países más progresistas de América Latina. El que tuvo una presidente guerrillera y feminista. El país donde el matrimonio ‘gay’ es legal. Así que: cuando se cumplen las condiciones necesarias ningún país está a salvo. ¿Cuáles son estas condiciones? Se resumen en dos palabras: hartazgo político. El PSDB (centroderecha) y el PT (izquierda revolucionaria) compartieron y disputaron el poder los últimos 20 años. El PSDB logró arrebatarle el poder al partido de Lula al destituir a Dilma Rousseff. Y apenas se consagraron en el poder, estalló la crisis económica. Se disparó el desempleo y empezó el crecimiento negativo. Se quedaron con la presidencia, pero también con la responsabilidad de la crisis y con la impopularidad de Temer. Por otro lado está el PT, el partido que hizo feria al país. Exportador de corrupción. Su presidente: en la cárcel. El PT utilizó el tiempo de campaña en defensa de Lula. El objetivo era reforzar la idea de que era un preso político. No les funcionó. Tres semanas antes de las elecciones el Tribunal negó el último recurso de Lula para participar. Resultó imposible convertir a su número 2, Haddad, en un candidato fuerte. Y así pavimentaron el camino. A esto súmele la inseguridad y el desplome económico. Bingo: apostemos por lo nuevo. Un testimonio, y también el sentir brasilero: “Puede ser que sea racista u homofóbico, pero no está preso. En ese momento prefiero un presidente que pueda ser así, pero que no es un ladrón”. Escoger el mal menor, ¿realmente estamos exentos de esa lógica?