Un barrio que tiene de vecinos a los aviones

El Municipio había previsto inaugurar en 2024 la primera fase del nuevo aeropuerto que se construirá en Daular. De momento, la fecha está aplazada.

A Olga Paredes se le ilumina el rostro con una amplia sonrisa cuando menciona sus dos palabras de respuesta a la posibilidad de que su ruidoso vecino se mude en unos años: “¡Qué felicidad!”. Ella tiene 74 años de edad y ha habitado los últimos 20 en la villa 6 de la manzana 3, en la ciudadela Santa Leonor.

No es que Olga viva al lado de una persona indeseable o en un mal barrio. Este vecindario, en el norte de Guayaquil, tiene una peculiaridad: es uno de los más pequeños en la urbe, compuesto por solo cuatro manzanas y 34 viviendas, de las que algunas se han convertido en negocios. Y, lo más curioso es su ubicación: tiene como vecino al imponente aeropuerto internacional José Joaquín de Olmedo.

De ahí la felicidad que demuestran Olga y sus vecinos al imaginar que el traslado se concrete, aunque la fecha inicial, 2024, puede ser aplazada.

En cualquier caso, esperan con ansias que esa mudanza se dé. Olga no extrañará el ruido que cada tanto, todos los días, sale de las turbinas de los aviones que van y vienen.

“Aunque ya se nota la diferencia -dice-. Antes había mucho más ruido. Parece que ahora son otras máquinas y hacen menos bulla. Pero sí me alegro de que se mude el aeropuerto. Ojalá pueda verlo”, comenta la vecina que antes de habitar la Santa Leonor residía en Durán.

Para Bruno Bloise, residente en el barrio desde hace 27 años, la primera noche en ese sitio nunca saldrá de su cabeza. “Eran como las tres de la madrugada y me levanté sobresaltado porque mientras dormía se puso frente a mi ventana una luz, como que el sol estaba apareciendo y me dio de frente en el rostro. Pensé que ya estaba amaneciendo”. Se trataba de una luz “inmensa” que provenía de una aeronave, relata el morador, quien asegura que tanto él como sus vecinos se han acostumbrado al ruido. Aunque no descarta lo plácido que sería amanecer y anochecer ya sin las turbinas sonando.

Pero hay ventajas en vivir allí, asegura Ángela Vargas, quien habita la ciudadela desde hace 30 años. “Aquí la molestia es el ruido, a lo que ya nos hemos acostumbrado. Lo bueno es que casi nunca se va la luz ni el agua, porque tenemos cerca al aeropuerto y a la terminal terrestre. Es fácil trasladarse y casi no existe la delincuencia”, dice la mujer que atiende un comedor en su domicilio.

También la emociona la idea de que el aeropuerto se mude. “La noticia hace feliz a cualquiera que sabe lo que es convivir con ese ruido. Lo bueno además es que parece que se aprovechará muy bien el espacio”, anota.

Se refiere al anuncio del Municipio porteño de que allí se construirán áreas verdes, habrá un sector hotelero y espera que eso signifique mantener la tranquilidad que le genera, al momento, la seguridad.

Jorge Chávez, presidente de la asociación de propietarios, explica aquello. “Ser vecinos del aeropuerto nos da una tremenda ventaja, tenemos seguridad las 24 horas por la guardianía que hay allí. Es difícil, por ejemplo, que intenten hacer guarida en las áreas cedidas al Municipio (áreas verdes). Aunque estas estén descuidadas”, lamenta.

Para el dirigente, también es una buena noticia que una vez que el aeropuerto cambie de sitio, el espacio sea aprovechado. “Hay que darle énfasis a las áreas verdes y si eso significa dinamizar el sector, será muy bien aprovechado”.