La bandera de la no-republica

En el curso de una entrevista de Julián Assange con CNN (cepr.net) este expresó, palabras más o palabras menos, que Ecuador “es un país insignificante”. Metida la pata aclaró, aun cuando ya era tarde pues el daño estaba hecho, que su referencia hacía relación a que los comentarios de la entrevistadora sobre la violación de los derechos humanos por el gobierno de Correa no eran importantes. Han transcurrido seis años desde aquel paso en falso y los contribuyentes hemos debido pagar en exceso de seis millones de dólares para mantener al “enfant terrible” en un recinto que no está diseñado como residencia, apresurándome a decir que, con lo que nos ha costado, sí ha habido suficiente para comprar comida para su gato y todo lo adicionalmente requerido por él, un personaje cuya mayor resonancia ha sido la de contribuir a que el país sea visto con el mismo desprecio que él lo vio, esto es, como la “no-república” de Correa.

Que regímenes como los de Cuba y Venezuela hayan promovido en el Consejo de los Derechos Humanos de la ONU la resolución de que Assange deba salir de la embajada y gozar de su libertad no sorprende. El inicio de toda esta farsa se dio cuando el sujeto ingresó a nuestra embajada y, al hacerlo, violó la libertad bajo fianza que la Corte de Londres le concedió mientras se ventilaba el caso de su posible extradición a Suecia, acusado de violación sexual por dos ciudadanas de ese país. La acusación original ya prescribió, pero por violación de fianza deberá responder ante la justicia británica.

Ese no es, en todo caso, el tema de fondo. Los embrollos del australiano lo han ubicado como coconspirador en una trama que vincula a personeros cercanos al entonces candidato Trump (incluyendo a su abogado personal, al jefe de campaña, y al encargado de los “trucos sucios”: todos ellos sindicados y reducidos a prisión) con ‘hackers’ rusos para influenciar los resultados de la elección presidencial de 2016. Lo grave para los intereses nacionales es que Ecuador está en el medio de toda esta conjura. La Senain, agencia de espionaje de Correa, fue la fuente del informe que publicó The Guardian dando a conocer respecto de las reuniones entre Assange y Paul Manafort, jefe de campaña de Trump. Los indiciados pueden negarlo, pero el relato motivó que el Departamento de Justicia, esto es la fiscalía americana, pida autorización para recoger los testimonios de los personeros de la embajada ecuatoriana sobre los supuestos encuentros.

Fue la entonces canciller quien en forma clandestina e irregular otorgó la nacionalidad a un personaje que no reúne las condiciones para ser ciudadano ecuatoriano. Como parte de su plan, además, procedió a nombrarlo diplomático, pretendiendo transferirlo a Moscú. La trama fue develada quedando Assange advertido que sería arrestado el momento en que saliera de la embajada. Es por ello claro que suficiente daño material y moral nos ha causado el episodio Assange, y ha llegado la hora de cerrarlo. Que sus abogados lo defiendan con vigor, y, si está seguro de que el presidente de los Estados Unidos es su entusiasta partidario, entonces que le pida el indulto. Eso sí, cuando salga de la embajada, ¡que se lleve su gato!