Ay, Cesar

Me encanta la mitología, eso se debe a que tuvimos la mejor maestra de Historia y de Geografía: Sara Flor Jiménez. Ella hacía de cada clase una aventura, no en vano eran las únicas materias en que obtenía excelencia en notas.

Cuenta la mitología griega el caso de Ícaro. Su padre Dédalo decidió escapar de una isla, ya que Minos controlaba la tierra y el mar. Para ello Dédalo fabricó alas para él y su joven hijo, Ícaro. Enlazó plumas entre sí uniendo con cera sus partes. Cuando al fin terminó el trabajo, Dédalo pudo volar. Equipó a su hijo y le advirtió el riesgo del calor del sol que derretiría la cera; el imprudente muchacho comenzó a ascender. El sol ablandó la cera que mantenía unidas las plumas e Ícaro cayó al mar.

Que muchos tengamos comportamiento de Ícaro y que seamos irresponsables y nos acerquemos demasiado al peligro, es natural. Somos humanos. Nuestra vida está llena de esos episodios. Pero que un sacerdote de la religión católica por volar excesivamente alto, soportado por las alas de la intolerancia y el irrespeto, raye en el fanatismo, no es correcto.

Los comentarios de un sacerdote católico en las redes sociales haciendo mofa en ofensa de los seres humanos que defienden a las personas homosexuales, no refleja lo que la mayoría de católicos somos.

Que no se confunda la defensa de la estructura familiar tradicional y su fiesta del 14 O, con la homofobia. Nosotros buscamos recordar, que aunque respetamos a los que piensan diferente, no queremos que la ideología de género nos limite nuestra libertad al imponerse como parte curricular en las escuelas donde se forman nuestros hijos y nietos. No somos homofóbicos, más aún, no somos Dios para juzgar las decisiones de los demás.

Ícaro, por imprudente se aniquiló a sí mismo. Espero que nuestro Ícaro no debilite nuestro mensaje de tolerancia, respeto y unidad y no nos arrastre a una polémica absurda y no buscada. A mí no me representa este comportamiento discriminatorio, imagino que a muchos de ustedes, tampoco.