Apologia

La apología del delito es un delito en sí misma. Y lo es, supongo, para evitar que la gente vaya por ahí voceando y defendiendo violaciones, asesinatos y corrupción.

Bastaría con preguntarnos qué sociedad tuviésemos si en los medios y en la calle se defendieran comportamientos delictivos...

Aunque los abogados me cuelguen por la ligereza con la que me refiero a sus artes, al derecho hay que aterrizarlo, si es que queremos que signifique algo para aquellos para los que dicen que fue creado.

Flaco favor le hace al derecho su ensimismamiento en definiciones literales, en reflexiones formales y en el rasgamiento de vestiduras, mientras en la calle se ignoran sus tecnicismos y lo que es peor, persisten las conductas que la ley pretende censurar.

Hace apología o casi, quien siendo fiscal, juez u observador, dispensa al delincuente de su culpa, usando como escudo para defenderlo un delito más leve.

Lo hace también cuando relativiza la conducta grave con la leve, connotando esta última, en términos relativos, de forma positiva.

Lo hace asimismo, cuando presenta ante la opinión pública a un delincuente menor porque no cometió aquel, sino este delito de acá, que pasa a ser “solo” eso.

Así estamos.

Cierto es que llamarle negocio de privados o evasión fiscal al lavado de activos, al peculado, al cohecho o a la concusión no es necesariamente “discurso de palabra o por escrito, en defensa o alabanza de alguien o algo” (Real Academia de la Lengua Española), pero sin duda logra esa función en la opinión pública quien defiende al malo diciendo que no es tan malo.

Visto como un tema político y de opinión pública, por oposición a la estática perspectiva del derecho, bordean la apología del delito aquellos que defienden implícitamente al que se llevó en peso 100 millones de dólares, porque no se llevó 1.000 o 2.000 millones, como sí lo hizo en cambio aquel otro.