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El presidente de la República Daniel Noboa
El presidente de la República, Daniel Noboa, en una actividad reciente.Crédito: Presidencia de la República

El anticorreísmo, según el presidente-candidato Daniel Noboa

El chico pro de hace año y medio ahora se vende como el más puro de los antis. En el reino de la posverdad, todo es posible

Correísmo-anticorreísmo: dijeron que eso era cosa del pasado, una polarización ya superada, una reliquia de hace una década que ya a nadie le importaba. Dijeron que el país, con excepción de una ridícula minoría de seudointelectuales obsesivos y odiadores, llenos de resentimientos, ya pasó la página. Que la nueva sensibilidad apuntaba hacia la no confrontación. 

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El “clivaje” (ese fue el palabro que adaptaron de la jerga sociológica) estaba muerto y enterrado. Lo nuevo, lo ‘in’, la tendencia del momento (porque el debate político en el Ecuador sigue el pulso de las ansiedades sociales que se marcan en las redes y depende, sobre todo, del número de ‘likes’) era ser pro, no anti. De eso no hace ni dos años: fue el discurso dominante de la campaña electoral de 2023, que llevó a Daniel Noboa a la presidencia de la República. Y que pasó de moda con la misma rapidez de un ‘hashtag’ cualquiera. 

La polarización de siempre

Hoy, la confrontación entre correísmo y anticorreísmo no sólo ha vuelto al centro del debate político, sino que será decisiva en la carrera hacia la presidencia. Más aún: por fuera de la candidata correísta, Luisa González, y el candidato que ahora se adjudica la representación absoluta del anticorreísmo, el otrora chico pro Daniel Noboa, parece no haber nada.

¿Qué ocurrió para explicar semejante cambio? Nada: que los asesores de imagen del presidente recibieron un golpe de realidad. Cuando ellos decretaron la muerte del tal clivaje, el fin de la polarización y el inicio de una era de no confrontación política, lo hicieron sobre un principio de negación voluntaria, deliberada y obstinada de los hechos. ¿Cuáles hechos? El estado de conspiración permanente contra el gobierno de turno, con sus episodios de estallido social y calentamiento de calles, su estrategia parlamentaria, su asalto permanente a los organismos de control, sus políticas de boicot y chantaje que precipitaron el desenlace de muerte cruzada. Durante seis años, desde su ruptura con Lenín Moreno, el correísmo ha sido la fuerza política dominante del país y ha logrado jugar con éxito la carta de la ingobernabilidad. 

Haber logrado posicionar, en esas circunstancias, la idea de que el correísmo (y, en consecuencia, el anticorreísmo) era una cosa del pasado, un fantasma que el país había ya superado para siempre y una simple obsesión de un puñado de mentes calenturientas es, probablemente, el caso de construcción de la postverdad más impresionante que se haya operado en el país desde aquel infame montaje del 30-S.

¿La lección aprendida?

Pero la realidad es testaruda. El mismo Daniel Noboa entendió, desde el primer día de su gobierno, que su estabilidad dependería de su capacidad de negociar con el expresidente prófugo. Su antecesor, Guillermo Lasso, estuvo a punto de hacerlo pero le hicieron notar a tiempo que el acuerdo que tenía listo y del que también formaban parte los socialcristianos contradecía todos sus principios y sus acciones del pasado. Así que se arrepintió. Y por ello se cayó. Noboa, sin embargo, no tenía pasado ni principios políticos que defender. Durante su año y medio de gobierno ha sabido administrar con discreción un juego de alianzas y rupturas puntuales con el correísmo (en la Asamblea, en el Consejo de Participación Ciudadana, en el Consejo de la Judicatura…) al mismo tiempo que capitalizaba todos los réditos políticos de su supuesto anticorreísmo. Hoy, el hombre que decía que lo anti tiene un techo y lo pro es infinito, se presenta como la única opción electoral capaz de detener lo que parece ser (siempre parece ser) el temido retorno del correísmo al poder.

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Se trata, por supuesto, de otra fantasía. Otra exitosa fabricación de postverdad a cargo de los mismos consultores políticos (los robertos izurietas, las irenes vélez…) que hoy trabajan a la sombra. Exitosa porque existe un electorado, por no hablar de un influyente grupo de periodistas, analistas y medios, dispuestos a tragarse cualquier piedra de molino, incluso las más indigeribles, aquellas que implican rupturas constitucionales de bulto, arbitrariedades injustificables, o peor, secuestro y asesinato de niños, con tal de cerrar el paso al correísmo. Y la única manera de cerrar el paso al correísmo, dicen, es apoyar la candidatura de Noboa. 

Con ese criterio, ya puede el presidente candidato manipular como quiera y cuantas veces quiera la ley electoral, violar a diario las prohibiciones que los demás candidatos se ven obligados a respetar, como aquella de no usar fondos públicos o bienes del Estado en su campaña ni participar en inauguraciones y otros actos oficiales; ya puede Noboa jugar con interpretaciones constitucionales que no resisten el menor análisis de los juristas medianamente serios pero que a él le permiten, por el simple poder de los hechos consumados, desconocer a una vicepresidenta de la República y nombrar otra por decreto, o burlarse de las reglas de juego de las elecciones con el sainete de las autoconcedidas licencias para entrar y salir de la presidencia, entrar y salir de la candidatura a voluntad. 

La institucionalidad vs los intereses particulares

En fin, bien puede Daniel Noboa echar la institucionalidad de la República al tarro de basura. Con tal de que no llegue al poder el correísmo, se le permite todo. Y aquellos que critican estas barbaridades en seguida son señalados y descalificados por el pecado imperdonable de “hacerle el juego” al correísmo. En el reino de la posverdad, la prohibición de hacer el juego es el primer mandamiento.

Así que los mismos que decretaron la muerte del clivaje hoy lo desempolvan como si nada. Ni siquiera se sienten obligados a dar explicaciones. El anticorreísmo ha vuelto por sus fueros y Daniel Noboa es su profeta. Pero ese anticorreísmo renacido no sirve para nada. ¿Qué clase de anticorreísmo puede encarnar un presidente que viola la ley a diario y se burla de la Constitución, que desprecia las instituciones y no escatima esfuerzos por controlarlas, que tiende sus redes para manejar el Consejo Nacional Electoral y la Judicatura, el CPCCS y el Tribunal de lo Contencioso Electoral…? Un presidente y un Poder Ejecutivo capaces de sacrificar la justicia y socapar el crimen de cuatro niños con tal de no arriesgar su imagen en las elecciones ya pueden ser todo lo anticorreístas que quieran proclamarse. ¿Qué sentido tiene?

El anticorreísmo no es, no debiera ser, una antipatía cualquiera por un partido por simples desacuerdos ideológicos. Uno no es anticorreísta porque el expresidente prófugo le caiga mal. El anticorreísmo era, se supone, una resistencia a la arbitrariedad y al proyecto autoritario de un grupo de políticos inescrupulosos que no creen en la democracia, que la consideran un sistema burgués al que se han propuesto destruir desde adentro y están dispuestos, por tanto, a hacer tabla rasa de todas las instituciones con tal de perpetuarse en el poder. El anticorreísmo es, en primer lugar, defensa de la institucionalidad democrática. Luego no se puede, como hace Daniel Noboa, echar abajo la institucionalidad democrática con el pretexto de la causa anticorreísta. ¿De qué sirve un anticorreísmo que pude ser tan autoritario y arbitrario como el correísmo?

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Asistimos a la misma posverdad de hace año y medio, ahora disfrazada de su contrario. En ese entonces, cuando decretaron la muerte del tal clivaje y dijeron que había que pasar la página e inaugurar el país de la no confrontación, lo hicieron sin la menor consideración por los principios democráticos que estaban en juego. Ahora, que desempolvan el clivaje y pretenden adueñarse de la representación del correísmo, lo hacen pisoteando directamente esos mismos principios. Caprichos de consultores políticos dispuestos a hacer añicos la República con tal de ganar las elecciones.

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