Alto el fuego arancelario entre EE. UU. y China

La reunión entre el presidente norteamericano, Donald Trump, y el presidente chino, Xi Jinping, en la cumbre del G-20 en Buenos Aires a comienzos de este mes, es considerada como un momento decisivo para la economía mundial y los mercados financieros. Pero aún si no se habría llegado a ningún acuerdo en la cumbre, hay razones para una disminución de la tensión en la guerra arancelaria de Estados Unidos y China:

1) Paradójicamente, es el reciente giro en la retórica estadounidense de un foco en los empleos norteamericanos a los objetivos explícitamente sinófobos de “contener” a China e impedir que se convierta en una potencia tecnológica que pueda desafiar la hegemonía global de Estados Unidos. Ahora que Xi toma conciencia de que está involucrado en una lucha generacional contra la contención de China, simplemente no puede permitirse perder esta escaramuza inicial de la Guerra Fría 2.0.

Y Xi tiene muchas herramientas políticas a su disposición para garantizar que la economía china no sufra ningún daño serio como consecuencia de los aranceles estadounidenses. En la medida que los aranceles reduzcan las exportaciones de China, el gobierno y el banco central pueden compensar el impacto económico estimulando la demanda interna.

La desaceleración del crecimiento económico chino este año se ha debido casi enteramente a decisiones deliberadas para desapalancar al sistema bancario, recortar el endeudamiento de los gobiernos locales, reducir la sobreinversión en infraestructura y frenar el alza de los precios de la vivienda ajustando la política monetaria. Todas estas políticas de austeridad se pueden aliviar o revertir fácilmente. Las claras manifestaciones de los hacedores de las políticas públicas, hasta del propio Xi, han indicado que China no permitirá que la economía siga debilitándose el año próximo, aun si esto significa aceptar mayores déficits presupuestarios o un alivio del desapalancamiento bancario y del ajuste monetario.

Este cambio de política era previsible. Los gobiernos comprometidos en una guerra no se preocupan por los ratios de deuda-PIB o por los balances de los bancos.

2) En tanto la capacidad y la voluntad de Xi de proteger a la economía de China de cualquier desaceleración futura se tornen evidentes, el cálculo político de Donald Trump cambia y quiere un “gran éxito” en el comercio con China del cual hacer alarde de cara a las elecciones de 2020, por lo que el acuerdo con Xi sin mucha demora es explicable.

El principal riesgo para la economía estadounidense no proviene de las represalias chinas contra los agricultores o las multinacionales de Estados Unidos, cosa que puede o no suceder, sino del efecto arancelario keynesiano.

Pero ahora que la economía de Estados Unidos funciona a pleno empleo, no hay ningún margen significativo para que la producción doméstica sustituya a las importaciones chinas. Así el costo de los aranceles recaerá principalmente en los consumidores e importadores estadounidenses, haciendo subir la inflación y las tasas de interés de Estados Unidos.

3) Las negociaciones geopolíticas previas de Trump ofrecen claros precedentes para un alto el fuego temprano. En todas sus grandes confrontaciones diplomáticas -por las armas nucleares de Corea del Norte, por el muro fronterizo mexicano y por la revisión del Tratado de Libre Comercio de América del Norte-, el modus operandi de Trump ha sido escalar la retórica agresiva casi al punto de una guerra y luego, repentinamente, negociar una retirada táctica. Lo que le ha permitido galvanizar a nacionalistas acérrimos al dar la impresión de que actúa agresivamente para “hacer que Estados Unidos. vuelva a ser grande”, evitando al mismo tiempo cualquier riesgo militar o económico genuino que puede implicar costos o sacrificios serios para los votantes norteamericanos.

El alto al fuego es perfectamente aceptable para China y satisface a Trump a juzgar por la experiencia pasada.