
Adrian Solano el peor esquiador del mundo
30 caídas tuvo el esquiador venezolano en su primera y única presentación del Mundial, en el que se ubicó 156º entre 156 atletas.
Cuando el pasado 22 de febrero el venezolano Adrián Solano saltó a la pista de la prueba de 10 kilómetros del Campeonato Mundial de Esquí Nórdico, que ese día comenzó en la estación invernal finesa de Lahti, era la primera vez en su vida que veía la nieve. En la primera manga, cuyo recorrido no completó, se cayó 30 veces; en la segunda, otras cinco. Ocupó el puesto 156 entre 156 participantes.
“Claro que hice el ridículo”, admite Solano, de 22 años, desde su natal Maracay, capital del estado de Aragua, uno de los más violentos de Venezuela.
Su desternillante actuación, una parodia involuntaria del deporte que produjo burlas, no le empañó el espíritu. Dice que su padre colecciona todos los memes y que él mismo se anima todos los días al escribir en su perfil de Instagram el titular que le dedicó The New York Times: “El peor esquiador del mundo”. “Eso que yo leo todos los días es una forma de retarme a mí mismo”, explica, “porque yo sé que en algún momento voy a poder quitar ese anuncio y escribir: ‘Uno de los mejores esquiadores del mundo’, según el New York Times”.
Y es que Solano se ha convertido en una estrella. La BBC, Russia Today y CNN lo entrevistaron; The Guardian lo llamó el ‘Eddie The Eagle’ venezolano, en referencia al esquiador británico que fue en 1988 el primer atleta de esa nacionalidad en competir en salto olímpico desde 1929, con resultados vergonzantes. La revista Seiska de Finlandia le dedicó su portada y páginas centrales, fotografiado con unas modelos en una sauna. Y otros le compararon con el nadador guineano Éric Moussambani en los Juegos de Sídney 2000. Todo ello podría tomarse como una monumental mofa, pero él prefiere verlo de otra manera: “Le di al mundo motivos para que hablara de otra cosa que no fuera política o que los venezolanos estamos estafando en el extranjero, que estamos robando, que estamos prostituyéndonos. Porque así es que todos conocen a los venezolanos, por esta mala racha que tenemos”.
Hace un año Solano empezó a entrenarse con rollerski (una especie de patines que simulan el esquí) sobre el pavimento de un desolado parque de Maracay. La pasión lo sorprendió mientras se empleaba como cocinero en un puesto de hamburguesas. Entonces asistió a una charla de César Baena, un promotor en Venezuela del esquí invernal, quien a la larga lo convenció de enrolarse como el cuarto integrante del equipo nacional. Para ello debió haber llegado a Suecia en enero. Allí se prepararía para la competencia entrenándose, por primera vez, en nieve. Pero no lo hizo. En una escala en París, las autoridades francesas lo detuvieron. Solo llevaba 28 euros encima. No creyeron que era esquiador. Ocho días más tarde volaba de regreso a Caracas. Había prácticamente echado a la basura los 1.215 dólares que consiguió ahorrar para el boleto. “Creo que lloré todo el vuelo”, recuerda, “sentí que había perdido todo por lo que trabajé durante un año”.
Sin embargo, ya en Maracay, dos días antes del Mundial, recibió una llamada desde Finlandia. Un empresario había recolectado 4.320 dólares mediante una campaña de crowdfunding. ¿Quería de verdad ir al Mundial? “Tenía dos opciones: o decir que sí o decir que no. El ‘no’ me iba a dejar sentado frente a la computadora viendo la competencia y diciendo: ‘Allí habría estado yo’”.
Solano confía en que volverá a presentarse en un próximo campeonato mundial, al amparo de la Federación Internacional de Esquí, que abre el torneo a atletas procedentes de países donde el esquí no es nativo. Ya recibió varias ofertas de patrocinio y adelanta que el 25 de marzo firmará la más firme de ellas en México.
Por ahora Solano lidia con otro efecto inesperado de su aventura: hay quienes lo vinculan, por el endulcorado y optimista discurso que maneja, con el chavismo, y del otro lado quienes lo afean por su simpatía con esa doctrina. Incluso Solano dice que ha recibido varias amenazas de muerte. Aparte de eso, las críticas parecen tenerle sin cuidado. Él es un optimista nato, habla y parece que reza un manual para ser feliz. “Los sueños nunca vencen, solo le das pausa a su descarga”, dice.
“Una deportista que participó en el Mundial, y que es una de las mejores en su disciplina, me mandó un mensaje que decía: ‘Gracias a ti, tomé la decisión de inscribirme en una escuela de teatro. Toda mi vida había querido estar en las tablas, pero no me atrevía’”. Fue el otro premio del esquiador que nunca había visto la nieve.