Acuerdo con Iran: deficiente pero necesario

El presidente estadounidense Donald Trump se ha negado a certificar el acuerdo sobre el programa nuclear de Irán, los que inicia un proceso por el cual el Congreso de Estados Unidos puede volver a imponerle sanciones. Felizmente, parece probable que los congresistas, en vez de poner fin al acuerdo, buscarán alguna alternativa que permita a Trump quedar bien con sus partidarios, a quienes prometió que EE. UU. se retiraría. Pero no certificarlo es un error grave. Como muchos israelíes, coincido con Trump en que el acuerdo alcanzado en 2015 es fundamentalmente deficiente. Pero es un acuerdo ya firmado. Incluso si EE. UU. decide abandonarlo totalmente, ninguna de las otras partes (China, Rusia o Francia, Alemania y el Reino Unido) lo acompañarán, e Irán seguirá obteniendo los beneficios del acuerdo; en tanto que este puede ver la retirada estadounidense como justificación para reactivar el programa nuclear, ahora detenido. La Ley de Revisión del Acuerdo Nuclear con Irán autoriza al presidente de EE. UU. a no certificarlo si Irán incumple sus condiciones. Al menos técnicamente, no lo ha hecho. Es verdad que su desarrollo de misiles balísticos de alto poder, promoción del terrorismo en Medio Oriente, ciberguerra intensiva es muy preocupante, y hay que tomar medidas que lo presionen para que resuelva dichos temas. Pero estos no están incluidos en el acuerdo sobre el programa nuclear. Así, no certificar el acuerdo con Irán resta credibilidad a EE. UU. en relación con el control de otra amenaza nuclear: la norcoreana. Si EE. UU. puede incumplir sus compromisos internacionales arbitrariamente, ¿qué motivo tendría Kim Jong-un para negociar? La única forma de disuadirlo es apelar a la diplomacia coercitiva para obligarlo a congelar el programa nuclear más o menos en el estado actual. Si esta pierde credibilidad, Kim seguirá ampliando su programa de armas nucleares, y el riesgo para el mundo crecerá en forma exponencial (vecinos como Corea del Sur y Japón tendrán cada vez más interés en desarrollar armas nucleares propias). El riesgo más inmediato es que Irán decida relanzar su programa de armas nucleares. En tal caso, es casi seguro que Egipto, Arabia Saudita y Turquía querrán desarrollar capacidad nuclear bélica propia (puede que quiera hacerlo hasta el último dictadorzuelo del mundo). El orden internacional quedaría totalmente alterado. Corea del Norte ya se salió de cauce, pero Irán todavía no, gracias al acuerdo vigente. Esto no implica que EE. UU. adopte una actitud pasiva: debe prepararse para el supuesto de que Irán obtenga en el futuro capacidad de enriquecimiento de uranio que le permita construir un arma nuclear. Con o sin acuerdo, Irán es una amenaza seria, para Israel, para la estabilidad de Medio Oriente y de todo el mundo. Pero por ahora esa amenaza no es existencial. Impedir que llegue a serlo debe ser la máxima prioridad hoy. En los últimos veinticinco años, seis países trataron de alcanzar estatus nuclear. Libia y Sudáfrica desistieron. A Siria e Irak se los detuvo. Pakistán y Corea del Norte lo lograron, a despecho de la comunidad internacional. Debemos evitar que se sume Irán. Y el mejor modo es mantener el acuerdo nuclear, por malo que sea, mientras Irán lo siga respetando.