Cuando la actitud hace la diferencia

Cuando la actitud hace la diferencia

Las habilidades sociales catapultan a una persona al éxito, por el contrario, su carencia la confina al fracaso. Entérese como desarrollar estos necesarios atributos.

¿Alguna vez se ha preguntado por qué dos personas con igual capacidad intelectual y preparación académica tienen distintos niveles de éxito en la vida? Observe su comportamiento y sabrá la razón.

Las personas exitosas frecuentemente gozan de algo que les permite alcanzar una gran eficiencia personal y que se conoce como habilidad social. “El éxito profesional, la relación con los amigos y la imagen que proyectamos dependen de esta habilidad y no de los conocimientos o títulos universitarios”, afirma Glenda Pinto, psicóloga clínica.

La habilidad social es una de las competencias emocionales destacadas por el autor de la teoría de la Inteligencia Emocional, Daniel Coleman, en su libro de 1995. En general, esta capacidad de convivencia armónica es fundamental para ser felices y tener mejores oportunidades en la vida, afirma Pinto, pues hace que expresemos sentimientos, actitudes, deseos, opiniones o derechos en un modo adecuado a la situación, facilitándonos la resolución de problemas en una situación determinada.

Por el contrario, aquellos con escasa habilidad, no aportan a la comunicación, o si lo hacen, será de una forma unidireccional, egocéntrica y destructiva.

La psicóloga clínica Miriam Mena, del Centro de Psicología Bienestar, explica que en el ámbito social, los seres humanos pueden comportarse de forma asertiva, pasiva o agresiva.

En el primer caso, el comportamiento es claro: la persona es empática (puede ponerse en el lugar del otro), mira a los ojos a su interlocutor, se expresa con confianza y es comprometida con lo que hace; en tanto, las personas pasivas, por su inseguridad, no consiguen expresarse claramente y se les dificulta ganarse el respeto de los otros.

Son temerosas, agrega la especialista, y cuando piden algo, lo hacen como en una especie de “ruego”. Finalmente, los agresivos, provocan que el interlocutor adopte una posición defensiva o que las personas les obedezcan por temor.

En el plano laboral es donde se hacen notorias estas características. “Si no he desarrollado mi habilidad social difícilmente podré acceder a un cargo importante, porque sería un jefe dictatorial o no sabría cómo organizar ni ordenar”, detallla.

La crianza es clave

Un ambiente violento o de sobreprotección puede interferir en el desarrollo de las habilidades sociales de por vida, explica la psicóloga Miriam Mena. Los padres ‘muy controladores’ generan inseguridad en los niños, lo mismo que aquellos que son sobreprotectores y acostumbran al menor a resolverles todo. Así también, los ambientes de violencia los puede tornar agresivos y dificultarles el control de las emociones, algo que es clave en la convivencia. Esto se refleja en el tan común acoso escolar. “No enseñamos a los niños a canalizar sus emociones”, apunta.

La psicóloga clínica Glenda Pinto hace recomendaciones para mejorar nuestro desempeño social:

* Identifique cuál es el temor que experimenta en una reunión o conversación y muestre una postura receptiva escuchando al otro (nunca se cruce de brazos).

* Reciba una opinión o crítica como un cumplido.

* Interésese sinceramente por los demás y gánese la confianza de los otros.

* Sea empático y procure entender qué siente el otro, preste atención a los gestos, miradas y silencios.

* Demuestre afecto a los otros aun cuando esto le cause vergüenza.

* Aprenda a mantener conversaciones, haciendo un equilibrio entre el escuchar y hablar.

* Exprese sus sentimientos y aprenda a decir no, pues aceptarlo todo nos hace perder respeto.

* Apóyese en su círculo de amigos