Abran cancha, senores

Damián Díaz: luchador perseverante, claro con el balón; en su habitual espacio de maniobra explota su jugada con justeza. No tira pelotazos frontales a la cabeza o al pecho de los rivales.

Escucha lo que le pide el partido. Si el equipo pierde el centro del campo, se tira atrás para auxiliar en la lucha y en el juego; si Barcelona se cae anímicamente, lo arrastra con el ejemplo de su esfuerzo (busca socio, Matías Oyola sería el ideal). Damián está para entregarla y esperar que se la devuelvan. El desafío de la medular es crearle condiciones al delantero de área. Sin pase al vacío la posesión de la pelota se torna inocua.

Jonatan Álvez: le pega al balón con un reflejo condicionado, le da al lugar vacío. Goleador impensado. Regula con acierto tres cosas fundamentales: pique, cintura y salto. Turbador de centrales. Los enfrenta bien: se cruza, se apoya en su velocidad física, resuelve sin terminar con al cancha al revés. Dueño de inteligencia y rapidez, le gusta jugar peligroso. Un rebelde asumido en el área. Llega con el sentido de lo fácil, de lo útil. Abrevia siempre.

Fernando Gaibor tiene carisma, pero es prisionero complaciente del perfil bajo. La bisagra táctica en la medular de Emelec. Durante el partido, el péndulo del destino lo sitúa en el tiempo y lugar indicados para estamparle la firma a la pelota; entonces abre fuego, su estocada está llena de coraje. Aunque la geometría y la lógica digan que no puede ni debe disparar, la pelota aparece dentro. Grita el gol con la garganta temblando, con el nudo de la angustia que de pronto se suelta en una descarga descontrolada. Un pisador de pelota a 30 metros del arco, capaz de apilarse a tres contrarios sobre un pañuelo; rematador que no sabe cuándo va a sacar el tiro de lejos. Nada de elegir rincones, de amagar para descolocar al arquero, de cambiar de pie para conseguir mejor ángulo. No pierde el tiempo. Apunta al portero y revienta la red.

Edson Puch: atacante de cálculo anticipado por la izquierda o derecha. El ocurrente creador de figuras que nacen de la espontaneidad en cada maniobra. Muestra la pelota para después esconderla; encara y pasa, pasa y sigue. No abusa de la retención, le da continuidad al juego y favorece el lucimiento de los demás. Se hace buscar y busca sin caer en pozos de aire.