Pagan todos, gasta uno
La discrecionalidad con la que se usan los recursos en Guayaquil viene amparada por una sociedad que cede con fe ciega su voz crítica pese a a la falta de transparencia en el gasto público de lo que todos contribuyen
Hay una ley de transparencia, hay una Contraloría, hay un instructivo de gastos, hay un presupuesto. Habrá todo el marco normativo que haya y el que se pueda incorporar. Pero en Guayaquil se gastan discrecionalmente los recursos que pagan todos los contribuyentes.
Las decisiones se toman tan al unísono en un concejo municipal en el que no hay voces disonantes y si las hay son ignoradas. Más que consenso, lo que hay es una sola voz mandante y una docena de autómatas obedientes. Ya, si acaso, si conviene o si las quejas hacen mucho ruido, se cumplirá con ese sinsentido cargoso de socializar con la ciudadanía las prioridades de gasto. Pero tranquilidad. La falta de transparencia y la inexistente dialéctica en la toma de decisiones no tienen por qué significar despilfarro de recursos. Eso solo lo piensan los malpensados.
La sociedad guayaquileña, lejos de ingenuidades, lo que tiene es confianza en una gestión impecable, tal cual como la de las últimas décadas. Lo que habría que ver es en beneficio de quién. Habrá sido exitosa y certera. No para la ciudad, pero seguramente sí para alguien. Ante la falta de transparencia, es evidente que al ciudadano solo le queda -y sin disgusto- la fe ciega