Ensuciando el fútbol

La razón se pierde en el primer golpe. Da igual el motivo detrás del puñetazo a un árbitro. Da igual todo cuando un deporte es convertido en una batalla, en sentido literal. El fútbol no es violencia y debe rechazarla de plano’.

Un deportes de masas es el fútbol. De masas. Es decir, es observado masivamente por la gente. Atrae, entretiene y levanta pasiones. Algo que tiene esa capacidad de conmover y generar entrega en las personas no puede dar cabida a la violencia. No puede ser violento. No puede sembrar violencia. No puede ser ejemplo de mal comportamiento.

Los integrantes de ese deporte - que es además un negocio multimillonario- están obligados sin margen de error a ser un ejemplo. Ni los jugadores, ni los entrenadores, ni los árbitros, ni los presidentes de clubes, ni el cuerpo técnico ni nadie que tenga alcance en el fútbol pueden dar ejemplo de otra cosa que no sea pasión por el deporte.

No son aislados los episodios agresivos en los partidos, en muchos casos, rozando la delincuencia en las gradas. Por eso, hay que ser especialmente enfático en demostrar a los aficionados que hay que ‘dar la vida’ en la cancha y hay que ‘pelear hasta las últimas consecuencias’ por una victoria, pero siempre, en sentido figurado. El fútbol mismo debería condenar y establecer un cordón sanitario a quienes convierten ese espíritu combativo en un aliciente para la violencia. La razón que se pueda tener, se pierde en el primer golpe.