Editorial: Apuestas a la vista
La adicción al juego no es entretenimiento; es un problema creciente que amenaza con instalarse de forma silenciosa
El crecimiento descontrolado de los casinos clandestinos no solo evidencia el fracaso del control estatal, sino que representa una amenaza directa a la salud pública. Estas casas de apuestas, que operan al margen de la ley y muchas veces bajo el amparo de funcionarios corruptos, se convierten en focos de lavado de dinero y en trampas de adicción.
Pero no son las únicas que deberían alarmarnos: incluso los centros comerciales -espacios destinados al esparcimiento familiar- alojan, a plena luz del día, salas de juegos que promueven sin reparo la ludopatía.
La presencia de estos locales en espacios públicos, frecuentados por niños y adolescentes, normaliza la cultura del juego. No es raro ver a menores caminar junto a sus padres observando máquinas encendidas, con luces y sonidos diseñados para seducir, como si apostar fuese una actividad inocente.
Pero la ludopatía es una enfermedad reconocida, capaz de arruinar vidas, destruir economías familiares y generar dependencia emocional y financiera. Si no se quiere cerrar estos establecimientos, al menos se debe aplicar una regulación más estricta para frenar su exposición masiva. Una medida mínima y urgente sería alejar estos locales de las zonas familiares o exigir que cuenten con vidrios velados. No se trata de moralismo, sino de una política de salud pública y responsabilidad social.