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Cantillon en las calles

Avatar del Willington Paredes

Los alumnos prácticos de Cantillon (1670-1734) van alegres y fervientes por calles, barrios y ciudadelas de la urbe. Cumplen lo que el irlandés dijo en Ensayo sobre la naturaleza del comercio en general (1730): que el comercio hace vivir las ciudades. Son miles. Las recorren vendiendo en carretillas, triciclos, charoles, fundas y lo que puedan.

Hoy los llaman informales. Su nombre preciso sería nuevos mercantilistas de la calle o empresarios capitalistas callejeros. Nadie sabe cuántos son ni dónde hay más, si en barrios, ciudadelas, mercados o calles. No hay ni puede haber registro estadístico exacto. Son innumerables. Solo oímos el voceo de lotería, revistas, periódicos, frutas, colas, legumbres, sábanas, zapatos, toallas, bollos, tortillas, helados, queso y cuanto es posible vender. Con la pandemia comercian mascarillas, chinas y nacionales; alcohol, vitamina C. Con humor guayaco ofrecen el viagra nacional, “auténtico y natural”. Juran y rejuran que es mejor que la pastilla azul, el aguacate, maní y borojó. También venden pomadas milagrosas, sangre de drago, jabones, papel y toallas higiénicas, etc., para el mundo de la vida de hoy.

Son migrantes y nativos. Algunos eran empleados públicos o privados que decidieron ser mercantilistas callejeros. Dicen que ganan más como capitalistas populares de la urbe que con un salario básico apretado. Están, los vemos y oímos en los cuatro costados de la ciudad. Aparecen y desaparecen. Son fantasmales de aquí y allá. Se multiplican como conejos. Son un verdadero enjambre de la actividad mercantil urbana; huellas de ayer y presencia de hoy. Se expanden vertiginosamente porque desde la socioeconomía y la cultura de la pobreza y supervivencia, saben que las ciudades son espacios-lugares del comercio y ajetreo mercantil continuo.

Su razón lógica es vender para ganar, caminar, recorrer y tener un ingreso diario. No importa dónde van ni su horario. Son los que asombraron y lo llevaron a Hernando de Soto a escribir El otro sendero. Lo cierto es que el sendero de ellos es el único que tienen los desocupados, subempleados, nativos y migrantes de ayer y hoy. Perennes promotores del comercio guayaco. No se los puede suprimir; son parte de su historia social urbana y mundana.