Guayaquil, recreación histórica

rbes como Guayaquil, tradicional, moderna y posmoderna son sociedades territorializadas y determinadas por historias, procesos y dinámicas tejidos en memorias, relatos y crónicas. Por eso cada 25 de julio no se debe celebrar su fundación sino interrogar al conjunto de hechos y eventos históricos que hacen de la ciudad el lugar preferencial del capitalismo, que su colectivo humano crea y recrea en un devenir infinito que canta y cuenta sus sociabilidades. Su celebración no es relato del pasado de conquistadores-colonizadores que la reinventaron. Es la historia del contrato-pacto social establecido entre nativos y colonos. Los indígenas, que eran una comunidad fluvial-marítima de mercaderes, decidieron ladinizarse y recrearse con los españoles. Se fusionaron y convivieron unitariamente. Así, el comercio reinauguró un nuevo momento. Nació el Guayaquil cacaotero, tabacalero y exportador, que desde el siglo XVII y XVIII ha tejido y recreado la relación-vínculo con la socioeconomía local, regional y nacional. Sus campos y hombres siguen alimentando a los montuvios, a la sociedad ecuatoriana, al Estado y a los empresarios, aportando divisas y una actividad agromercantil y comercial incesante.
El comercio y la Bahía, el mercado popular masivo, son parte de su historia social y devenir. Define el plural y pacífico encuentro masivo de economías transnacionales, nacionales y locales. Guayaquil, antes y después, es un proyecto socioeconómico y geopolítico de una sociedad que nutrió lo agromercantil y hoy es el espacio más dinámico del capitalismo del país. Su historia no hurga en los archivos de su fundación y traslados. Es pregunta-respuesta del porqué tiene destino marinero, lugar preferencial de la vida mercantil, reducto de grandes corporaciones, y sobre todo, enjambre de empresarios de la calle. Por eso es síntesis capitalista, como socioeconomía, modo de vida y significación.
Hizo grandes revoluciones (1820, 1845, 1895). Es baluarte de protestas y luchas contra el centralismo y estatismo que destruyen las energías creadoras colectivas. No busca la destrucción del Estado sino que no reemplace a la sociedad ni le impida que sus energías colectivas sigan creando riqueza, progreso y bienestar en sus 486 años.