Columnas

Un plan es mucho pedir

¿Para qué? Estamos mucho mejor así. En un día a día eterno.

No sean tan ambiciosos, oigan. ¿A quién se le ha ocurrido creer que es algo normal, deseable y necesario que una ciudad tenga un plan maestro que guíe su desarrollo a largo plazo, independientemente del color político del gobernante de turno, y con énfasis en las aspiraciones citadinas? ¡Qué ocurrencias! Si fuera algo común y extendido en el mundo, en otras ciudades, Guayaquil ya tendría su proyecto de largo plazo. Pero esas son ideas sin aterrizaje; salidas de tono de cualquier mente malintencionada. ¿Para qué querría saber esta ciudad, o Quito, o Manta o Machala o cualquiera de las otras urbes del país cómo tiene que expandirse y qué servicios públicos e infraestructuras irían aparejados a ese crecimiento? ¿Para qué hacer como Cuenca, cuando se puede improvisar y vender un plan cada cuatro años coincidiendo con el llamado a las urnas?

Obviamente, es un sinsentido ofrecer algo al ciudadano que perdure más allá del mandato cuatrianual. ¿Sembrar hoy para que los frutos los recojan otros dentro de 10 o 15 años? ¿Cómo? ¿Para que los ciudadanos vean reflejada la planificación en un bienestar a largo plazo? No. Imposible. Como si eso fuera a garantizar algún apoyo, reconocimiento o, peor aún, como si eso fuera a merecer un espacio en los libros de historia para el mandatario que trazó el camino que, tiempo después, transformó a la ciudad en un espacio amigable. El que consiguió que los vecinos sonrían al vivir en una ciudad con zonas verdes, sin inundaciones invernales, con acceso a alcantarillado para todos -y no solo para los que están en el registro-, con alumbrado, con aceras caminables, con acceso a personas con discapacidad, con ciclovías para una movilidad sostenible, con buses y articulados que llegan a tiempo, están limpios por dentro y no ennegrecen con sus humos las calles, con vehículos y conductores que respetan -sin multa de por medio- las señales de tránsito y que son corteses con los peatones, con ciudadelas abiertas y seguras, con calles paralelas y perpendiculares aparte de grandes avenidas, con parqueos, con zonas de ocio, con terrazas, con -¡oh, locura!- espacios rehabilitados que identifican a la ciudad, como el río o el estero... ¿Para qué? Estamos mucho mejor así. En un día a día eterno.