Los plebiscitos engañosos

Las consultas populares son necesarias, pero planteadas con demagogia o en el momento incorrecto son un gasto inútil...
El anuncio de que el presidente Guillermo Lasso convocará una consulta popular, para dirimir lo que considera asuntos de Estado, merece mojarse el poncho de entrada: será un fracaso absoluto, salvo que los dioses decreten un auténtico milagro de aquí a fines de año. Como, por ejemplo, que Ecuador pase de ser el segundo país más violento de Sudamérica o el tercero con mayor subempleo, y se convierta en una mezcla de Suecia y Singapur.
Los plebiscitos, en tierras donde la madurez cívica no existe, son herramientas que miden la popularidad de un Gobierno. Nada más. Si está en horas bajas puede preguntar sensateces e igual perderá; si está en horas altas puede consultar demagogias y el pueblo le dirá que sí.
León Febres-Cordero (1986) quiso que los independientes sean candidatos, sin estar afiliados a los partidos políticos… y se llevó un rotundo No de 3 de cada 4 electores.
Sixto Durán Ballén mostró la validez de la tesis: en 1994 ganó un plebiscito que lo autorizó a presentar reformas a la Constitución… y un año más tarde perdió estrepitosamente en otro, cuando su popularidad era pésima por el escándalo de corrupción de su vicepresidente Alberto Dahik.
Rafael Correa era tan popular que habría podido elevar a pregunta su aspiración de que las asambleístas siempre lleven minifalda y, creo yo, habría ganado. En el 2011 hizo cuatro preguntas para “acabar con la corrupción”, triunfó sin despeinarse -nadie ha ganado tantas elecciones como él en la historia ecuatoriana- y ya sabemos: no la acabó. Hoy tenemos una más grande y estable.
Las consultas son necesarias, pero planteadas con demagogia o en el momento incorrecto son un gasto inútil, una arma que malgasta su valor de participación ciudadana. Lasso usa su anuncio con una desprolijidad impropia de un presidente. Hace exactamente un año dijo que antes de finales del 2021 tendríamos consulta “sí o sí”. No era impopular como lo es hoy, pero se guardó ese posible as en algún paraíso (casi digo “fiscal”, perdón)… Ahora lo retoma, pero le saldrá mal: es tan impopular que podría preguntar si todos quieren ser felices por decreto. Y perdería por goleada.