Columnas

La nueva normalidad

"La nueva normalidad no puede ser volver al mundo que mal construimos, sino a uno que premie el esfuerzo, el talento, la empatía, la generosidad"

Han muerto 800 mil personas por COVID-19 en el mundo. Cada una de ellas tenían, como usted o yo, un corazón, dos ojos, tres amigos, diez afectos entrañables y algún sueño que nunca se cumplirá. Y ya no están.

Ahora nos convocan a la nueva normalidad. Y piden que trabajemos el doble, produzcamos el triple, ganemos la mitad. Y consumamos más, más, más.

No les puedo seguir la corriente, no esta vez. Porque si algo debe enseñarnos la tragedia es a vivir con menos. Ya sé que es tentador pasar el encierro con nuestro refrigerador lleno y una casa frente al mar. O un chalet en la montaña. O una mansión con muros y parqué. Y retomar la vida con las mismas ganas de tener, tener, tener. Y acumular. Ya lo sé.

Les propongo un mundo del revés. No soñar con 4 carros, 3 o 2. No acumular 20 camisas, si al otro le falta una. No 500 amigos de Facebook, que si son de fierro sobra con 5 o 6. No mil “fuerte abrazo” de WhatsApp, que con ese de verdad que tanto extrañas, cruzas el mundo y te queda viento para regresar.

Les propongo unirnos a los estupendos jóvenes de hoy, que quieren un planeta limpio y una política honesta; a los líderes que hablan de ética y no solo de producción; a los emprendedores que hallaron en el desastre el polen de una nueva oportunidad; a los artistas que nos revuelcan el corazón.

Ser como los viejos, que saben que en la caja final no caben cosas. O como un padre que nunca te suelta la mano, o una madre que jamás te defrauda, o una abuela que nunca te miente: ellos viajan con nosotros, aunque no estén. O como el amor verdadero, que siempre te da. Siempre te da.

La nueva normalidad no puede ser volver al mundo que mal construimos: cada año echamos en plástico el porte del Guayas al mar. Ni a los ingresos que mal distribuimos: el 1 % de humanos posee el 82 % de la riqueza mundial. No podemos volver a los afectos que maltratamos, al pobre que ignoramos, al distinto que despreciamos. La nueva normalidad debe ser la de un mundo que premie el esfuerzo, el talento, la empatía, la generosidad. El valor inmenso de un café compartido, un vino sincero, un abrazo real. De un “te quiero”, uno solo si es de verdad. ¿Para qué más? ¿Para qué más?