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Rubén Montoya Vega | El mal es la indiferencia

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Lo que vino luego fue un conflicto atroz, desgranado ante la general indiferencia del planeta

Hace dos años, en un día como antier, 7 de octubre, la organización paramilitar palestina Hamás lanzó el mayor ataque terrorista perpetrado en suelo hebreo: 1.200 muertos y 250 rehenes. La respuesta israelí arroja estos datos: 68 mil asesinados en Gaza, la mayoría civiles, un tercio de los cuales eran niños. Han sido desplazadas dos millones de personas, que han ido a hacinarse donde sea; el 90 % de la ciudad está destruido y algo similar sucede en otras, como Rafah.

Esa guerra no se puede explicar con cifras, pero lo de estos años supera con creces todo lo vivido desde la creación del Estado de Israel en 1948, a instancias de la ONU, que proponía partir Palestina en dos estados, uno judío y otro árabe. Para unos y otros Palestina era y es su hogar, pero el reto de la convivencia se rompió de entrada. Lo que vino luego fue un conflicto atroz, desgranado ante la general indiferencia del planeta.

No espero cambiar su opinión en un tema de enorme complejidad; rechazo toda forma de simplificación de la realidad, pero apelo a su implicación. Solo hace falta ser humano. La galardonada cantante Noa, quien se define como “israelí, judía, madre y humana”, dijo hace poco en defensa de la paz: “Un niño muerto es un niño muerto”. Por favor, léalo de nuevo: “un niño muerto es un niño muerto”. Si no se discute la legitimidad de la defensa inicial ante la masacre, ¿cómo hacerlo con la colosal desproporción de la ofensiva?

Hace dos meses la ONU declaró la hambruna en Gaza y luego calificó lo que sucede allí como un genocidio. Y esta semana, el secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin, pidió detener esa “carnicería humana”, como la llamó, sin ambages. “No basta con decir que lo que está ocurriendo es inaceptable y seguir permitiéndolo”.

El mundo suele ser indiferente frente al espanto que no sucede en sus narices. Lo fue, por ejemplo, cuando Hitler desató el mayor Holocausto sufrido en la historia. Quizás el más cruel.

Ojalá la indiferencia no lo siga acobardando esta vez -ni al mundo ni a usted- porque habituarse al horror, donde quiera que se plante y sean quienes fueren sus víctimas, es normalizar el mal.