No dilapidemos un derecho

"Personajes que son simpáticos y populares acceden, con nuestro permiso, a posiciones de poder desde las que deciden nuestro destino"
Si algo debieran dejarnos de lección las malas decisiones para elegir a nuestros representantes es que al hacerlo desvalorizamos un inmenso poder que tenemos como ciudadanos. ¡Elegir es delegar un derecho propio! Deberíamos recordarlo ahora que nos aprestamos a conocer las listas de los que aspirarán a representarnos en el próximo período de gobierno.
Todos nuestros derechos no nos han sido conferidos gratuitamente: son el resultado de luchas, algunas milenarias, para que sean reconocidos.
Tuvieron que llegar acontecimientos tan decisivos como la Revolución Francesa o la Independencia de Norteamérica para que, al principio solo en el papel, sean reconocidos derechos básicos como a la felicidad y a la vida, a la igualdad ante la ley, a la libertad de culto y pensamiento. El de elegir y ser elegidos también es reciente: en la mayoría de países del planeta tiene apenas décadas de vigencia.
Delegar un derecho debería motivarnos una profunda reflexión pues entregamos el poder de dictar leyes en nuestro nombre. De decidir nuestro futuro, el manejo de las riquezas públicas y los recursos naturales que a todos nos pertenecen.
¿Cómo justificarnos al escoger a quienes no tienen la menor experiencia en tareas tan difíciles? ¿Cómo premiamos con tan alta responsabilidad a quienes solo pueden lucir como credencial el ser populares? La televisión, ese formidable y dañino órgano de entretenimiento, ha dictado valores que se sustentan en la apariencia, no en el prestigio. Personajes que son simpáticos y populares acceden, con nuestro permiso, a posiciones de poder desde las que deciden nuestro destino. Los ejemplos en Ecuador son copiosos y casi siempre negativos. Los elegimos por su número de seguidores, no por sus capacidades. Y luego los vemos comprando joyas mientras sesionan en la Asamblea, o faltando a la mayoría de sus sesiones. O fugando cuando deben votar por decisiones trascendentes.
Ellos no son los culpables. Lo somos nosotros, que con desidia y torpeza deshonramos las luchas de quienes dejaron sus vidas para que disfrutemos de derechos que desperdiciamos. Y el de elegir bien, lo hemos dilapidado.