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Rosa Torres Gorostiza | Sin subsidio; golpe necesario

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Ecuador no puede seguir escondiendo su fragilidad fiscal detrás de subsidios que cuestan miles de millones de dólares al año

No se puede desconocer que la eliminación del subsidio al diésel tiene un impacto directo en el costo de vida, pues este combustible es la base del transporte pesado que moviliza la mayor parte de los productos en el país. Es inevitable que algunos bienes sufran un ligero aumento en sus precios. Sin embargo, era insostenible mantener un subsidio que, en la práctica, dejó de cumplir su objetivo original: proteger a los más pobres. Desde su implementación, solo una fracción mínima llegó a los sectores vulnerables, mientras que la mayor parte benefició a la clase media, a empresarios e industriales que ampliaban sus márgenes de ganancia, y a mafias criminales que encontraron en este recurso barato una fuente de poder y expansión para actividades ilícitas.

El subsidio, lejos de convertirse en un instrumento de equidad social, terminó siendo un mecanismo de distorsión que drenó recursos del Estado hacia fines contrarios al interés público. Miles de galones de diésel subsidiado se desviaron hacia la minería ilegal, alimentando un negocio que destruye ecosistemas y comunidades. Otra parte terminó en manos del narcotráfico, utilizado para el transporte de sustancias ilícitas, mientras que cantidades significativas cruzaron las fronteras por el contrabando, beneficiando a mafias en Colombia y Perú. En definitiva, el país estaba subsidiando incluso el crimen organizado.

La eliminación del subsidio es un paso doloroso, pero necesario, si se quiere transparentar las finanzas públicas y enfrentar con honestidad la situación económica nacional. El Ecuador no puede seguir escondiendo su fragilidad fiscal detrás de subsidios que cuestan miles de millones de dólares al año y que, en lugar de fortalecer la justicia social, alimentan la inequidad y la corrupción.

Eso sí, la medida no puede quedarse en el ajuste. El Gobierno tiene la obligación de proteger a quienes más lo necesitan. Con la tecnología disponible es posible identificar con precisión a las familias vulnerables y entregarles apoyo directo, sin intermediarios. No necesariamente en efectivo, sino en alimentos o insumos básicos, con mecanismos de control simples, como la cédula del beneficiario. Hay múltiples formas de atender a los pobres, pero está demostrado que subsidiar combustibles nunca fue la mejor.