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A la punta de un cuerno

Avatar del Roberto López

La insistencia de la comisión Pandora en destituir al presidente prueba que no hay ningún pacto. Pero estamos en un país hastiado de todo. Que comienza a creer en la existencia de un acuerdo entre su presidente y quienes saquearon al Ecuador, mientras aún tiene en la retina las imágenes del tío del solitario George contando los billetes provenientes de los sobornos de Odebrecht. Y que no soporta la idea de que este señor salga a su casa antes de cumplir su condena. Que ve con gran enojo la sola posibilidad de que “la negociadora” del supuesto pacto haya sido recibida en Carondelet sin pagar la glosa de 42 millones de dólares que podrían comprar tantas medicinas para los enfermos de diálisis. Que se horroriza ante la llegada de una misión de la CIDH, que -en lugar de reunirse con la viuda del general Gabela o con las familias de los muertos en la cárcel- pareciera estar preparando el terreno para la salida del solitario George. Un país que sabe que enviar a alguien a su casa con un grillete es garantizarle la fuga. Un país que prefiere enviar a todos estos a la punta de un cuerno, antes que cualquier pacto.

En cualquier parte, un presidente sabe que no tiene otra alternativa que lidiar con el Congreso de su país. Que no puede recurrir al autocrático abuso de disolverlo y proclamarse dictador. Pero hay Estados como el nuestro, en que esa limitación solo está en la mente del gobernante, pues aquí se construyó un sistema que le permite al presidente recurrir a la voluntad soberana para disolver la Asamblea con permiso del pueblo. No hay autocracia posible cuando la ciudadanía es quien lo faculta a deshacerse de la Legislatura, acudiendo al art. 444 de la Constitución para consultar la instalación de una Convención Constitucional que mande a su casa a la bancada legislativa que le impide gobernar.

Hay que contarle al presidente que no existe ya el peligro de una constituyente de plenos poderes pues la CC las prohibió. Y hay que contárselo para que la convoque, pues está en serio peligro de perder su mayor capital político: el apoyo popular.