Mauricio Velandia | Conflictos de interés

El conflicto de interés es eso, una verdad incómoda
Un padre de familia, médico de profesión, debe decidir si su hija -recién ingresada al hospital público- entra primero a cirugía, o si sigue la fila con los demás pacientes. No hay maldad. Pero hay algo que vibra por debajo, denominado, conflicto de interés.
Un conflicto de interés es una situación en la que dos intereses luchan dentro de una misma persona, organización o institución, comprometiendo su capacidad de decidir con neutralidad. No es pecado amar a una hija. El problema nace cuando ese afecto, esa afinidad, esa lealtad, se convierte en un peso oculto sobre la balanza. Y lo grave no es sentirlo, sino no decirlo.
En la antigua Roma, Publio Decio Mus, cónsul y padre de un joven soldado, decidió enviar a su propio hijo a una misión suicida por el bien del ejército. ¿Padre o general? Decidió como cónsul. En la política moderna, los ministros que votan contratos con empresas donde trabajaron años atrás, o los congresistas que legislan sobre sectores donde tienen familiares, viven el mismo nudo. Lo fácil es no verlo. Lo difícil, pero correcto, es apartarse.
En el terreno religioso, el papa Alejandro VI, de la familia Borgia, nombró cardenales a sus propios hijos. Más allá del juicio moral, la figura del conflicto estaba ahí. En los negocios, es común ver al gerente que negocia contratos con su primo, o al directivo que favorece a un proveedor con quien comparte un campo de golf. El silencio previo a la decisión pesa más que el acto mismo.
En El Rey Lear de Shakespeare, Goneril y Regan adulan a su padre para heredar parte del reino. Lear, incapaz de ver que el afecto de sus hijas estaba contaminado por su ambición, divide su imperio y desata la tragedia. Hubo una decisión viciada por el amor mal entendido, por la mezcla del rol de padre y el de soberano. En La Ilíada, Aquiles se niega a luchar porque Agamenón le ha quitado su esclava. El interés del ejército griego o su orgullo personal. Cuando finalmente vuelve al combate, lo hace solo por venganza, no por causa. En la Bhagavad Gita, Arjuna no quiere luchar contra sus propios parientes en la guerra santa. Krishna, su guía, le dice que “Debes actuar según tu deber, sin apego al resultado. Actúa desde el rol que representas, no desde el deseo que te atraviesa”.
Los conflictos de interés son también frecuentes en la vida común. El maestro que califica a su sobrino. El árbitro que fue asesor de una de las partes. El periodista que escribe sobre una empresa que patrocina su medio. En estos escenarios la línea entre lo profesional y lo personal es delgada, movediza, a veces invisible.
Desde la psicología conductista, B.F. Skinner advierte que las elecciones están condicionadas por recompensas pasadas. Es decir, elegimos lo que nos premia, lo que nos hace sentir bien, lo que refuerza nuestros vínculos. Doris Lessing, nobel de Literatura, decía que muchas personas prefieren creer en una mentira que ponga orden, que aceptar una verdad que traiga caos.
El conflicto de interés es eso, una verdad incómoda. Muchas decisiones están teñidas por la historia afectiva, el pasado compartido, la deuda emocional o la conveniencia personal futura.
En el mundo moderno, el conflicto de interés debería ser más que una nota al pie de página. Debería ser una alerta roja. Un aviso de prudencia. Una invitación a la transparencia, no por desconfianza, sino por claridad. Porque a veces lo que decidimos -aunque legal- ya tiene mácula.
El gran error no es tener un conflicto de interés. Es no reconocerlo.