Roberto Aguilar: Tiempos de envidia y de náusea

Comprar los votos de un delincuente prófugo a cambio de borrarle sus delitos. ¿Suena conocido? Por lo menos en España se hace de frente
España da envidia. Parece mentira, porque España está peor que nunca: vive su mayor crisis política desde la Transición; su presidente de Gobierno ha pactado con delincuentes prófugos, ofreciéndoles impunidad a cambio de siete votos que le garanticen una mayoría parlamentaria con la cual asegurarse en el poder. Dicha mayoría se dispone a aprobar una ley de amnistía que viola la Constitución, consagra la desigualdad ante la ley y pone en riesgo la integridad de la nación. En fin, un desastre. Sin embargo, vista desde acá, España da envidia. ¿Cómo es eso posible? Porque dentro de toda su desgracia, que se parece a la nuestra de manera harto inquietante, no ha perdido su capacidad de indignación moral ante lo intolerable. Y esa indignación moral, que entre nosotros es excepcional y mal vista porque se identifica con ingenuidad, falta de pragmatismo político y obsesión conspiranoica, esa indignación moral puede hacer toda la diferencia y salvar a la nación. Por eso da envidia.
Cuando el PSOE del presidente Pedro Sánchez y Junts per Catalunya del líder independentista Carles Puigdemont, sentenciado por rebelión y malversación y prófugo de la justicia (¡en Bélgica!), acordaron cambiar impunidad por votos y anunciaron su voluntad de aprobar una ley de amnistía, la reacción de los españoles fue ejemplar y unánime. El Consejo General del Poder Judicial, máximo órgano del gobierno de la justicia; los tribunales superiores de justicia de Aragón, Castilla, Extremadura, Madrid y otras comunidades autónomas; la Asociación de Profesionales de la Magistratura, que reúne a más de 1.300 jueces de todo el país; la organización de Jueces y Juezas por la Democracia, afín al PSOE; la Asociación de Fiscales; la Asociación de Abogados del Estado; el Colegio Nacional de Letrados; el Consejo General de Procuradores de España; los Colegios de la Abogacía de Alicante, Almería, Badajoz, Cádiz, Cartagena (y así, hasta llegar a la Z de Zamora y sumar una veintena); los Abogados y Procuradores Catalanes en Defensa del Estado de Derecho; la Asociación de Diplomáticos Españoles; el sindicato de inspectores del trabajo; los gremios de médicos; los gremios de guardias civiles y policías; el Foro de Profesores; el grupo Historiadors de Catalunya; la Confederación Española de la Pequeña y la Mediana empresa; las cámaras de comercio de prácticamente todas las provincias… Todos emitieron vehementes comunicados de rechazo y se declararon en pie de lucha contra lo que consideran un ataque al Estado de Derecho. Esa respuesta institucional avala las movilizaciones de millones de ciudadanos (sí, millones) que no han parado de manifestarse desde entonces.
Comprar los votos de un delincuente prófugo a cambio de borrarle sus delitos. ¿Suena conocido? Por lo menos en España se hace de frente: el acuerdo se escribe en un papel y lo firman las partes. Aquí, por el contrario, se anuncia un impreciso pacto de gobernabilidad que cada una de las partes es libre de expresar como le convenga porque no está escrito ni aterriza sobre términos concretos, un pacto cuyo inmediato efecto es poner en marcha un mecanismo de impunidad para borrar los delitos de un delincuente prófugo y sus cómplices… Y no solo que nadie mueve un dedo sino que es recibido con aplausos y hasta los más preclaros analistas se preguntan por qué no se hizo antes. Y los pocos que expresan su indignación moral son ridiculizados por pendejos, por no entender las razones prácticas de la política. Aquí, un Consejo de la Judicatura presidido por un descalificado que está siendo procesado por obstrucción a la justicia (¿no es delirante este simple hecho?), está organizando un concurso trucho para elegir jueces de la Corte Nacional, un concurso que es un escándalo internacional por retorcido y oscuro, todo como parte de la misma estrategia y con el mismo propósito, borrar los delitos de un delincuente prófugo y sus cómplices. Y el silencio es ensordecedor. Sin esa indignación moral que en estos días sacude España, ¿qué podrá salvar al Ecuador? La envidia es lo único que nos queda. La envidia y la náusea.