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Alemania despierta

Por eso Occidente, con Alemania como actor central, debe mantenerse firme en la defensa de sus valores y el rechazo de la ilegal agresión rusa. Y asumir las consecuencias

La bárbara guerra del presidente ruso Vladímir Putin contra Ucrania ha sacudido a Alemania de su ensueño de la posguerra fría: el drástico giro que ha dado en política exterior y de defensa señala la nueva conciencia del carácter no fiable de Rusia como socio y de los desafíos de seguridad que acechan a Europa. Pero, ¿será capaz de soportar una crisis dolorosa y prolongada, o recuperarán influencia voces acomodaticias? La determinación de la respuesta alemana a la invasión rusa merece reconocimiento. Aparte de detener el proyecto del gasoducto Nord Stream 2, el canciller Olaf Scholz ha anunciado un incremento de $ 109.000 millones del presupuesto de defensa para este año, ha acordado enviar armas (no solo cascos) a los combatientes ucranianos, y destaca en las amplias sanciones de Occidente para aislar a Rusia e infligir el mayor costo económico posible. Parece que ha abandonado por fin su doctrina arraigada de que no hay trato con el Kremlin fuera del diálogo complaciente. Pero Alemania no fue el único país en adoptar una posición contemplativa con respecto a Rusia. Reino Unido siempre cortejó el dinero ilícito de oligarcas rusos. Y a lo largo de la historia, Alemania ha sido el centro de las tensiones políticas europeas: alteró una y otra vez el equilibrio de poderío europeo, dando lugar a conflictos y derramamientos de sangre que culminaron en la II Guerra Mundial. Tras la creación en 1951 de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero que la vinculó con Francia, su papel se transformó. Tras la reunificación en 1990, Alemania progresivamente utilizó su fortaleza y excelencia económica para asumir un poder aglutinador único que le permitió definir la agenda (y trayectoria) de la Unión Europea. Pero su liderazgo siempre fue selectivo. Impulsó la conclusión del acuerdo de inversión entre la UE y China un mes antes de la asunción del presidente de EE. UU. Joe Biden (acuerdo que está en un limbo y lejos de que lo apruebe el Parlamento Europeo) y el Nord Stream 2, pese a la inquietud de sus aliados. En áreas de menor interés (por ejemplo, la unión bancaria), la UE quedó en gran medida sin timón, impidiéndole avanzar en el terreno estratégico. Paradójicamente, podríamos decir que Putin ha hecho un favor a Occidente. Al lanzar una invasión brutal y no provocada contra Ucrania y plantear una escalada nuclear, ha sacudido los fundamentos del orden de posguerra y ha despertado a Alemania de su sueño de conseguir cambio a través del comercio. Es posible que surja una forma de liderazgo alemán más integrador y visionario. Pero los países occidentales que impongan costes a Rusia enfrentarán también a altos costes internos, desde desaceleración del crecimiento hasta subida de precios de la energía. A medio-largo plazo, estos fenómenos (sumados al temor generado por las desaprensivas amenazas nucleares de Putin) podrán presionar sobre la dirigencia europea a normalizar la relación con Rusia, incluso una política todavía más acomodaticia. Putin vería cualquier transformación de esa naturaleza como otra demostración de la debilidad de Occidente; una invitación a elevar cada vez más la apuesta. Por eso Occidente, con Alemania como actor central, debe mantenerse firme en la defensa de sus valores y el rechazo de la ilegal agresión rusa. Y asumir las consecuencias.