Defensa nacional

Naturalmente los políticos no responderán si ello ocurre y, menos aún, los interesados en mantener nuestra situación de indefensión.
Las Fuerzas Armadas tienen por básico fin disuadir y, de ser el caso, enfrentar los ataques a la soberanía, integridad territorial e independencia de la nación. Sin ellas, su protección dependerá de la voluntad de otros. Contar con fuerzas profesionales suficientes y preparadas es ineludible. Dejar la defensa en manos de ciudadanos voluntarios o reclutados (lo que prohíbe nuestra Constitución) es insuficiente en caso de agresión o de invasión: la historia ha confirmado que, más allá del valor y denuedo demostrado por ciudadanos armados con escasa instrucción militar, poco hacen al enfrentar a fuerzas regulares aptas y entrenadas para el combate.
La realidad se impone frente a los deseos. Un Japón que proclama constitucionalmente que “no se mantendrán en lo sucesivo fuerzas de tierra, mar o aire, como tampoco otro potencial bélico”, hoy tiene una de las fuerzas militares más potentes del mundo. Costa Rica y Panamá, que proscriben (nominalmente) sus ejércitos, tienen un gasto de defensa superior al de sus pares centroamericanos.
Es evidente que la defensa nacional tiene costo, pero no hay nada más caro que la derrota. Estados han desaparecido, su población ha sido disgregada, cuando no aniquilada, y sus recursos absorbidos, por invasores que han aprovechado la imprevisión e incapacidad de políticos locales. Nuestro país ya sufrió duras consecuencias por no organizarlas ni abastecerlas adecuadamente, llegando a situaciones límite en 1859, en que casi desaparece, y 1941, en que perdió gran parte del territorio que reivindicaba. Olvidamos, alegremente, que la ocupación de El Oro no solo trajo destrucción y ruina, sino la pérdida de vidas civiles en manos de los invasores. Muy distinta fue la historia en 1981 y en 1995, en que la preparación y potencial de nuestra defensa ponen fin al secular conflicto.
Se eliminó el servicio militar obligatorio, pero sin invertir lo necesario en sus fuerzas armadas profesionales. Nuestra aviación de combate es prácticamente inexistente, la flota naval insuficiente y el Ejército cuenta con material muy antiguo. Si se produce un conflicto, lo pagaremos muy caro. Naturalmente los políticos no responderán si ello ocurre y, menos aún, los interesados en mantener nuestra situación de indefensión.