Columnas

Los negacionistas

Es entonces cuando aquellos que vemos con compasión a los negacionistas nos transformamos en negacionistas también, porque no aceptamos, racionalmente...

Una de las cosas fantásticas que nos ha permitido el mundo contemporáneo es la posibilidad de expresar abiertamente nuestras creencias y observar las creencias y pensamientos de los demás. Este fenómeno nos permite conocer a diferentes, no pocos, grupos que observan con escepticismo hechos cuya evidencia parece hacer lejana toda discusión. Por ejemplo, hay aún personas que niegan el calentamiento global, pese a la abundante información que lo demuestra. Hay grupos que siguen cuestionando que el hombre llegó a la Luna, porque la bandera gringa flameaba. No pocos siguen creyendo que la Tierra es plana, o que no somos fruto de la evolución, porque aún falta llevar al notario al eslabón perdido. Pero hay un grupo más extraño, y se trata de aquellos a quienes su fanatismo los lleva a justificaciones “porque los otros hicieron algo peor”.

Ante la evidencia de las atrocidades rusas en Ucrania son capaces de justificarlas porque los judíos están matando palestinos cada día. En el colmo del fanatismo, son capaces de validar cualquier cosa porque su animadversión contra los del otro bando les impide ver la evidencia. Steven Pinker, en su ya célebre libro En defensa de la ilustración, decía que las personas demonizan a aquellos con quienes no están de acuerdo, atribuyendo las diferencias de opinión a la estupidez y a la deshonestidad. Este comportamiento, donde la imaginación sobre la ficción y lo sobrenatural ronda sus cabezas, termina impidiendo su encuentro con la evidencia y la razón. No importa cuántas veces se pruebe que el socialismo, económica y socialmente fracasó donde se lo implantó, que la animadversión contra la propiedad privada y la libertad individual termina justificando el ‘démosle otra oportunidad’. Es entonces cuando aquellos que vemos con compasión a los negacionistas nos transformamos en negacionistas también, porque no aceptamos, racionalmente, que por la razón no se convencerán, y que al final del día tienen derecho a vivir en una Tierra plana, donde florezca el comunismo y se crea que Darwin era un charlatán. Vamos, la razón también es negociable.