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Hijo, prepárate a morir

Avatar del Paúl Palacios

"¿Cuán dispuestos estamos a ver a los demás como nuestros iguales, respetando su derecho tanto como el nuestro?"

En medio de los escándalos sobre las vacunas que sacuden a cada país, y de los que Ecuador no se escapa, me vino a la memoria un evento de la Guerra Civil Española.

Al inicio de la contienda, los republicanos intentaron hacerse de la plaza de Toledo, en la cual estaba sublevado el coronel José Moscardó Ituarte, quien se atrincheró en el Alcázar resistiendo el embate por varios días. En un instante de la contienda, Moscardó recibió una llamada del comandante de las milicias que lo asediaban, indicándole que habían tomado prisionero a su hijo Luis, y que si no entregaba el Alcázar, su hijo sería fusilado en 10 minutos.

Relata la historia que Moscardó pidió hablar con su hijo, quien en efecto le dijo que estaba apresado; entonces el coronel le expresó unas palabras que serían célebres para siempre: ¡hijo, prepárate a morir, viva España! Dicho eso, le pidió pasarle el teléfono a quien lo tenía cautivo, diciéndole que se ahorre los 10 minutos de plazo y que por ninguna razón rendiría el Alcázar.

¿Cuántos de nosotros estamos dispuestos a despedir a un hijo que marcha a la guerra por una causa justa? ¿Cuántos de nosotros estamos dispuestos a respetar la fila si aquello representa el peligro de no salvar algo que creemos tan valioso como un hijo o una madre? ¿Cuántos de nosotros tenemos la paciencia de ir al final de la fila y esperar a que todos hayan comido, para entonces comer? ¿Cuántos de nosotros creemos que este país vale la pena? ¿Cuántos de nosotros vemos al más humilde como nuestro igual? ¿Cuántos de nosotros estamos dispuestos a dar lo que tenemos por una causa? ¿Difícil, no?

Ese es el fondo del problema; la posibilidad cierta de estar dispuestos a darlo todo, no solo un puesto en la fila de las vacunas, por un propósito superior. Si eso no fuera así, los ricos judíos no habrían ido a pelear con los judíos pobres en Golán. Si eso no volviera a ser así, los acomodados guayaquileños no regresarían a pelear otra vez por la libertad en el Pichincha, o los esmeraldeños pudientes no combatirían otra vez en Camarones.

Salvamos a este país juntos o nos hundimos juntos.