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Modesto Apolo: Aterrizando al conflicto

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Al enemigo hay que combatirlo, neutralizarlo o eliminarlo, según sea el caso

La segunda mitad del siglo XX, el Ecuador enfrentó tres conflictos armados con el Perú. Salvo las poblaciones fronterizas, el resto del país vivió las guerras distantemente, pues en poco o nada cambió su rutina.

En el caso actual, el del terrorismo urbano, enfrentamos a un enemigo volátil, incierto, complejo y ambiguo, mimetizado entre la ciudadanía.

Volviendo al conflicto interno, debemos precisar que hasta antes del Decreto 111, la población era masacrada, extorsionada y los gobiernos manipulados por el terrorismo, sin que las Fuerzas del Orden pudieran combatirlo, maniatadas por una legislación en favor de la delincuencia gracias a la Constitución de Montecristi y a un legislativo cómplice.

El Decreto 111 devolvió a las fuerzas del orden y al Estado el manejo de la violencia, como se denomina en teoría política.

Al rotular a las organizaciones delictivas como terroristas y declarar el estado de conflicto interno, la condición de indefensión en que se encontraba la sociedad concluyó; cambió la condición del agresor, hasta entonces parapetado como delincuencia común, hoy terroristas, enemigos del Estado.

En la guerra, los capturados son prisioneros de guerra, recluidos en cuarteles o campos de concentración. Al darles tratamiento de delincuentes comunes, se desnaturaliza su real calidad de enemigos en esta guerra interna, y se cae en el juego de los corruptos; peor aún si se los recluye en los centros penitenciarios comunes, lugar desde donde ellos y sus organizaciones actúan.

Al enemigo hay que combatirlo, neutralizarlo o eliminarlo, según sea el caso. Los ciudadanos deben colaborar en esta batalla, denunciando a los terroristas; esa es una labor de inteligencia desde la ciudadanía, denuncia que realizada al 1800 DELITO, acogiéndose al sistema de testigo protegido sería segura, sin tener que revelar su identidad.

Si el mayor afectado por este enemigo es la ciudadanía, es obligación de esta colaborar con las fuerzas del orden y exigir que a los capturados se los trate como prisioneros de guerra y no como delincuencia común; solo así habremos aterrizado a la realidad del conflicto.