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Las aulas

Avatar del Lourdes Luque

Para todos, el retorno fue de mucha felicidad, con emociones intensas. ¿Miedos? Solo al contagio y a que el regreso sea temporal’.

Mis mejores momentos transcurrieron en las aulas; profesores de la talla de Sarita Flor fueron inolvidables. Ni hablar de los juegos con nombres que ya no existen: bola envenenada, estatuas, macatetas. O ir a disfrutar la eterna competencia de voleibol entre La Asunción y su rival el Santo Domingo. O ser parte del coro del colegio, a pesar del desastre de mi voz, dirigido por Solange Raad.

Por trece años ese colegio formó mis valores, mi autoestima y me dio a mis maravillosas amigas, las de siempre. Puedo imaginar que ustedes también viajaron a su infancia.

¿Cómo imaginar qué pasaba por la cabeza de mis nietos este periodo que no tuvieron esa vida? Así que preferí correrles una encuesta y que me respondan a un simple cuestionario: ¿cómo les había ido en su regreso al colegio? ¿Qué habían sentido al regresar a las aulas? ¿Tuvieron miedo de algo? Tuve 8 respuestas de 12. ¡Gran acogida! En resumen, en la mente de mis nietos el retorno fue así: varios de ellos estuvieron la víspera tan ansiosos que no pudieron dormir; para otros era “cool”, ya querían regresar; varios habían visto por Zoom los preparativos de los maestros para recibirlos. Al llegar a clases se sorprendieron por los cuidados, organización y advertencias para prevenir el contagio y había tal ambiente de fiesta que hasta música tuvieron en los recreos. Todos coincidieron en que lo mejor fue el encuentro con sus amigos y sus maestros. Para todos, el retorno fue de mucha felicidad, con emociones intensas. ¿Miedos? Solo al contagio y a que el regreso sea temporal.

Pepe Rivera, en la Espae, arrancaba su materia explicando que todo ser humano es una unidad indivisible bio-sico-social y un desbalance en cualquier elemento causa caos personal. La pandemia, los puso en riesgo a los tres, el agravante es que los niños están en formación.

Gracias a mis fabulosos yernos: Antonio, Ricardo, José Antonio y Fede, y a mis hijas, por haber sembrado esta base resiliente en mis nietos, que han pasado una gran prueba que lejos de amilanarlos los hace valorar con la normalidad. Si ellos pueden, todos lo haremos.