Juan Carlos Holguín | Lo absurdo de volar entre Quito y Guayaquil

Ni siquiera en el año 2025 hemos concretado la idea de una verdadera autopista entre Quito y Guayaquil
Soy un creyente de la economía social de mercado, modelo económico que fue adoptado por la Alemania de Konrad Adenauer a finales de la década de 1940, lo que le permitió convertirse en una de las principales potencias económicas del mundo. Combina la libertad del mercado con la intervención estatal para asegurar la justicia social y el bienestar común.
Por ello, aunque no me resulta incómodo pensar que hay situaciones que requieren una regulación para alcanzar el bien común, me apena sugerirla, pues esto significa que el mercado y el sector privado no han podido alcanzar el objetivo de generar justicia.
Entre varias de las causas que no han permitido al Ecuador salir de la pobreza y encontrar su misión como nación, está el aislamiento histórico de nuestra sociedad al estar cercados por la selva y las montañas.
En su libro ‘Four years among Spanish-Americans’, publicado en 1867, Friedrich Hassaurek, quien fue el embajador de Estados Unidos en nuestro territorio en aquella época, dice que “si la décima parte de los millones que costó la construcción de estas iglesias y de estos monasterios (..) hubiera sido invertido en la construcción de caminos, este país habría ocupado desde hace lustros un lugar de excepción entre las naciones civilizadas”.
El expresidente Osvaldo Hurtado profundiza estos conceptos en su libro Las costumbres de los ecuatorianos, y resalta que nuestra república tuvo en su primera carretera por Santo Domingo, ideada por García Moreno, la posibilidad de acortar en varias semanas el trayecto entre Quito y Guayaquil.
García Moreno tenía claro que para alcanzar la cohesión social habría que unir a la sierra con la costa. Su gobierno presentó su programa vial en 1862, con el que buscaba acelerar el desarrollo con “el más poderoso vehículo de la civilización”, pues a través de una carretera entre Quito y Guayaquil se articulaba el espacio nacional. Además, ideó el ferrocarril que unía estas dos ciudades, como mecanismo para que exista un fluido tráfico que una a nuestro comercio y a nuestra sociedad.
Es penoso ver cómo hemos retrocedido. Nunca pudimos modernizar con éxito el proyecto del ferrocarril o convertirlo en un tren rápido (de difícil ejecución por las condiciones geográficas). ¡Si ni siquiera en el año 2025 hemos concretado la idea de una verdadera autopista entre Quito y Guayaquil, que baje a tres o cuatro horas el trayecto entre las dos principales ciudades!
¿Los ganadores de esta realidad? Las aerolíneas privadas que llegan a cobrar más de cuatrocientos dólares por un ticket ida y vuelta entre Quito y Guayaquil, mientras en el mundo la industria ha bajado sus precios. Se aprovechan de la situación, explicando que si uno compra un ticket con meses de anticipación, o en horarios de la madrugada, los costos son menores. Esto impide el desarrollo del país y la cohesión social.
Cuando entró competencia momentánea, los precios bajaron mágicamente. Al haber recibido nuevas rutas a Galápagos, su negocio se aseguró, y ante la quiebra de la última aerolínea ecuatoriana, sus precios entre Quito y Guayaquil volvieron a ser absurdos.
Es hora de que las autoridades ecuatorianas corrijan este sinsentido. Si ellos no pueden entregar a los ecuatorianos una conectividad a un precio justo, sus rutas a Galápagos deben ser condicionadas. Si esto no se corrige, nuestro país no se desarrollará.