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Jiménez, ministro bajo sospecha

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¿Qué ha cambiado en tan pocos días? ¿Qué permite al presidente Lasso pasar de un estado de ofuscación extrema a una relativa tranquilidad, pues en la Asamblea no ha se producido señal alguna de apaciguamiento?

Francisco Jiménez llega al Ministerio de Gobierno en la peor situación imaginable para un político: remando aguas arriba. Su gestión, antes de instalarse, ya estaba signada por la sospecha y su objetivo, explicado en algunos medios, está marcado por el escepticismo.

Jiménez es un ministro bajo sospecha porque dijo, en abril de 2021, en calidad de asambleísta de CREO y atentando contra el alborozo de muchos por el triunfo de Guillermo Lasso, que era favorable a revisar juicios de personajes del correísmo. Eso atado a la estabilidad política. Ahora, como ministro, vuelve a hablar de estabilidad política como el objetivo preponderante de su gestión.

Su receta para lograrlo es casera, no ha sido probada y pasa por tranquilizar el juego en la Asamblea para estabilizar institucionalmente el país. Y eso tiene que ver con lo que llama el método: presentar una agenda de prioridades y sacarla adelante hablando al tiempo con las cinco bancadas. Se entiende que si Guadalupe Llori abandona la presidencia de la Asamblea, las cosas, para él, podrían fluir con mayor celeridad.

El escepticismo lo sembró el presidente. Él delineó un perfil de la Asamblea similar al que habían hecho Diego Ordóñez y César Rohon al abandonarla. Pero más afín a la Corte de la Hermandad de Los Piratas del Caribe que a un cuerpo legislativo extraviado de su tarea: asambleístas que piden hospitales, ministerios, empresas eléctricas, evadir impuestos o pedir dinero en efectivo a cambio de votos.

Esa Asamblea merece ser cerrada, y el presidente dio la impresión de querer tomar esa decisión en el video donde llamó “ladrones y corruptos” a “esos señores de la Asamblea Nacional”. No lo hizo: designó a un ministro que, además de estar bajo sospecha, preconiza, como propósito mayor, la construcción de “un territorio para un debate civilizado”. De dos cosas una: o el presidente decidió poner el destino político de su gobierno en manos del azar o tiene la certeza de poder cortocircuitar las pulsiones golpistas de la Asamblea y su absoluta irracionalidad. Es imposible que haya olvidado el intento de tumbarlo, en octubre pasado, pretextando un supuesto incumplimiento a la ley en el caso de los papeles de Pandora. Es imposible que haya pasado la página de las luchas intestinas del Legislativo, la voracidad de poder de ciertas bancadas y esa indiferencia supina ante las urgencias del país que faculta a los asambleístas a ignorar sus proyectos de ley; cuatro de los cuales no han procesado.

¿Qué ha cambiado en tan pocos días? ¿Qué permite al presidente Lasso pasar de un estado de ofuscación extrema a una relativa tranquilidad, pues en la Asamblea no ha se producido señal alguna de apaciguamiento? ¿Qué permite al ministro de Gobierno evocar escenarios tan optimistas -como hizo en el portal 4P- que él mismo se contiene?

El Gobierno ya hizo un acuerdo con el correísmo para que permitiera dejar pasar la ley tributaria por el Ministerio de la Ley. Se hizo a cambio de un documento que debía entregar el SNAI a Jorge Glas. Nada ilegal, pero el correísmo (gobernado por reglas mafiosas) nunca creyó que el SNAI iba a cumplir con su deber. En ese momento, el Gobierno pudo evaluar lo que significa sumar 47 votos de golpe y porrazo. Y ahora pueden ser más, pues el correísmo suma expulsados, incluso por corrupción, de otras organizaciones.

La tentación que habitó al presidente al inicio de su gobierno tiene esa particularidad. Por eso, la sospecha que ahora recae sobre su operador político no es una especulación: es un escenario que, de no darse, costará diluir a Jiménez y al Gobierno. Es su karma.