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Portar armas

Avatar del JORGE ANDRADE AVECILLAS

He tratado de encontrar el significado de todo esto y he llegado a la conclusión de que la causa es la pérdida total de respeto a la autoridad, a la sociedad, al país y a la vida misma.

La semana anterior ha sido especial, no por el número de muertos y de ataques que se han realizado contra la comunidad, sino más bien por el simbolismo que tales hechos demuestran y que siguen afectando la vida del país. Vimos llorar a un niño sobre el cadáver de su abuelo asesinado por sacapintas, a una madre llorar sobre el cadáver de su hija de un año, asesinada por sicarios contratados presuntamente por su propio padre; a un delincuente que sin ningún recelo ataca un restaurante en una zona donde generalmente se encuentran decenas de personas; a delincuentes desmontando el cajero automático de un banco, delante de todos los usuarios presentes en un terminal terrestre, hechos que se han registrado sin ninguna demostración de precaución, miedo o vergüenza.

He tratado de encontrar el significado de todo esto y he llegado a la conclusión de que la causa es la pérdida total de respeto a la autoridad, a la sociedad, al país y a la vida misma. Ya no se espera la oscuridad de la noche o se busca el despoblado para cometer ilícitos, se los hace a plena luz del día y delante de quien tenga la mala suerte de estar o pasar por el sitio en ese aciago momento. Los delincuentes han llegado a este punto, impulsados por la impunidad, el abuso del derecho y especialmente por la seguridad que tienen de que la ciudadanía se encuentra desarmada, vulnerable e indefensa y no podrá repelerlos.

En rueda de prensa, el presidente Lasso estableció como una promesa de campaña la autorización a la población para que pueda portar armas. La hora ha llegado, no se puede esperar más. Hemos tocado fondo, el porte de armas de la población es una necesidad y tendrá un efecto disuasivo; dará término o disminuirá significativamente los asaltos a clientes en los restaurantes, a locales comerciales, a los domicilios, a los pasajeros del transporte público, a los conductores y a los transeúntes. Los delincuentes deberán pensar seriamente que no tendrán inmunidad absoluta en sus asaltos, pues las víctimas, autorizados para estar armados, pueden ahora sí repeler sus ataques ejerciendo apropiadamente la defensa de la integridad y de la vida.