La política como caricatura

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Perverso juego donde jugadores y público saben que no hay reglas pero hay que acatarlas, recitarlas y defenderlas porque si no… no hay juego.

La política se ha convertido en estos meses en la caricatura de sí misma. No solo pasa aquí sino en muchos países del mundo. Pareciera como si en algún momento se perdieron las razones del porqué de la política en las sociedades.

En substitución de ella quedan factores que acompañan al quehacer político pero que hoy, aislados, convertidos en el único referente, ofrecen una caricatura entre cómica y lamentable de la relación entre los ciudadanos.

La política siempre requiere saber conocer lo oportunidad. Es la comprensión de lo que pasa, de lo que se quiere hacer (ideas e instituciones) y de lo que se puede. Toda esta compleja estructura ha quedado reducida al oportunismo. Y todo oportunismo implica necesariamente simplismos, repetición hasta el infinito de lugares comunes, imposibilidad de pensar nada nuevo y menos de lidiar con la complejidad de la realidad.

Oportunismo es la habilidad, como dice Carlos Peña, “para captar la sensibilidad ambiente”. Sensibilidad, es decir no aburrir con programas sino provocar sensaciones, entretener con juegos de imágenes, con consignas querendonas, con chispazos. Una nación que se guía por chispazos es un país de ciegos.

El otro factor de la política es lo moral. En política, lo moral sin programas, sin instituciones que lo concreten es otro simplismo. “El camino del infierno está construido con buenas intenciones”. Se queda en la condena pero no va a pasar más allá porque no sabe cómo hacerlo. Por eso, después de los discursos morales de los políticos, la impunidad.

Paradójicamente, esta caricatura de lo político es aceptada por los mismos ciudadanos que la sufren, como una condición inevitable que tienen los políticos para poder ser elegidos. Si no, dicen los expertos, sino se dice lo que se quiere oír, así sea mentira, nadie votará por ese candidato. Extraña condición de la política convertida en una mentira aceptada por todos o por casi todos. Perverso juego donde jugadores y público saben que no hay reglas pero hay que acatarlas, recitarlas y defenderlas porque si no… no hay juego.