¿Por quién doblan las campanas?

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'¿Pero la humanidad tiene otro reclamo: fijar responsabilidades, no en la creación del virus pero sí por su modificación y diseminación’.

Indigna que la humanidad dotada de excelentes científicos, distraídos en inventos para la guerra, esté siendo acosada y vencida no por seres vivos y más inteligentes y aguerridos sino por olas de virus: mota invisible que no es solitaria, que acomete en densa pandilla, carente de vida, propia de los murciélagos que comieron algunos chinos en su barbarie y hambruna comunista; virus que así asaltó el cuerpo humano.

Indigna que mueran a causa de esta suciedad, a miles de kilómetros de distancia,   seres inocentes de distintas razas y credos, saludables y virtuosos. E inflama esta indignación la sensación de estar siendo todos víctimas de una guerra no declarada entre grandes potencias. Los fiscales que creen en Dios, de América y Europa, deben investigar si son auténticos los hechos que acumula la prensa y el internet: que el coronavirus fue conocido desde hace varios años por su peligrosidad, que fue comprado y modificado en el laboratorio para hacerlo más agresivo y costoso, que no es que se le escapó a alguien sino que el virus, cada uno una bomba de racimo, fue dispersado con puntería, contagiado a naciones que conforman bloques económicos rivales. Concentrados en saber cuántos muertos más produce la epidemia cada día, insistamos en investigar el motivo por el cual esta peste demora en manifestarse en el individuo y es difícil de curar.

Otras demandas. No demoren los organismos internacionales competentes en  expedir normas que sancionen como delito de lesa humanidad (el que agravia a todos) reprimido con pena de muerte : a) Conservar en secreto un virus mortal , sin conocimiento de la Organización Mundial de Salud ; b) Registrar un virus en el Registro de Patentes de cualquier Estado, como si fuera un insumo o mercadería útil; y sancionar su transferencia a cualquier título, con la misma pena; c) Alterar un virus tornándolo más “agresivo” o dañino. Es un deber presumir que cualquiera de estos actos configura intento de iniciar una guerra química, que puede devenir en guerra mundial. Se prevé que en Nueva York el virus causará centenares de miles de muertos inmediatamente.

Consciente de que una vacuna tardará varios meses, o años, en realizarse sin riesgo, la humanidad requiere: a) Que la OMS edite una receta elemental, si no para curar, sí para evitar que muera el ser infectado, incrementando sus naturales  defensas orgánicas a la espera de la vacuna, y que se la divulgue por todo el orbe. b) Que los Estados subvencionen en el intervalo a desempleados y minusválidos, y aloje a los mendigos. Que el Estado regale una canasta semanal a cada hogar de los sectores urbanos más deprimidos, mientras impere la pandemia.

Pero la humanidad tiene otro reclamo: fijar responsabilidades, no en la creación del virus pero sí por su modificación y diseminación. El virus no es deliberante y no pudo prever ser más eficaz en el norte industrial italiano que en el sur de la bota; y no es saltarín para saltar a Irán, envidioso de su milenaria civilización. Cabe una distinción. Las epidemias o pestes, en general, fueron naturales, no generadas ni impulsadas por el hombre, pero ciertos hechos sugieren que esta, la del coronavirus, sí lo fue: el virus no es un ser vivo como el microbio sino una partícula de proteína; fue modificado en un laboratorio para hacerlo más agresivo y usarlo políticamente en una guerra química.

Los hombres recuerdan que Caín mató a su hermano Abel por envidia. ¿No está jugándose con este virus para ganar una competencia envidiosa entre naciones? Si llegara la humanidad a comprobar las imputaciones que circulan por internet, con nombres y apellidos, procede sancionar a los científicos responsables y a los gobernantes irresponsables que dejaron hacer y dejaron pasar.