Columnas

El Bicentenario de la Independencia de Guayaquil quedó atrás

El eterno caos de nuestra política, hoy en su peor momento, es ejemplo viviente del desconocer nuestra historia.

Si nuestros próceres se levantaran de la tumba, estarían avergonzados de la forma tan penosa como se celebró un acontecimiento de tanta importancia. La pandemia no fue excusa, no se necesitó tener eventos presenciales para honrar a quienes los estadounidenses llaman “padres fundadores”. Las universidades pudieron haber realizado concursos sobre temas relacionados con la independencia, apoyado nuevas investigaciones y publicaciones tomando en cuenta que hay vacíos históricos o reproduciendo libros clásicos sobre esa época. Las cámaras de la producción pudieron haber hecho algo similar, muchos de los próceres fueron empresarios. Se necesitó de la iniciativa de una editorial quiteña para publicar libros sobre Olmedo y Rocafuerte. Hay excepciones, el Club de la Unión, aunque no tenía que hacerlo pues no es su ramo, pero siendo una de las más antiguas instituciones guayaquileñas, publicó la colección Bicentenario, de 10 tomos, gracias a José Antonio Gómez Iturralde.

Eduardo Peña Triviño tuvo la iniciativa de conseguir el patrocinio del sector de las empresas de seguros para publicar un libro sobre la Independencia de Guayaquil.

Jorge Pino Vernaza financió y publicó su propia obra sobre el pensamiento de Olmedo y Rocafuerte.

Desde mediados del 2019, Adolfo Klaere, que presidía el Comité de la urbanización Los Ceibos, invitó a conferencistas para hablar a los residentes sobre el bicentenario.

De los seis eventos, la cantidad de asistentes que más atrajo fue alrededor de 80, al resto asistieron pocos. No conozco de publicaciones municipales; sí tuvo lugar un evento por Internet que patrocinó el Museo Julio Jaramillo. Posiblemente hubo dos o tres eventos y publicaciones más que se me escapan. ¡Qué diferente fue la celebración del bicentenario del 10 de Agosto!

Una de las grandes debilidades de los guayaquileños es el desinterés por la historia. Hay muchas consecuencias negativas por esa actitud, como la falta del sentido de pertenencia, de proteger y elogiar lo suyo. El eterno caos de nuestra política, hoy en su peor momento, es ejemplo viviente del desconocer nuestra historia.