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Francisco Rosales: Leyenda urbana

Avatar del Francisco Rosales Ramos

Murieron elementos de la fuerza pública, algunos asaltantes y ciudadanos ajenos a la operación violenta

La santificación de José Mujica a raíz de su muerte es consecuencia de la tendencia de muchas sociedades de olvidar voluntariamente el pasado oprobioso y resaltar lo positivo del último tiempo. No hay muerto malo, se dice comúnmente, pero el caso de Mujica ha ido mucho más allá de ese lugar común. Ha sido presentado como el ejemplo más destacado del hombre honesto, humilde, apegado a la verdad, enemigo del boato y hasta de las comodidades modernas. Un cuasi santo laico a quien hay que venerar y seguir su ejemplo.

Ejerció una presidencia equilibrada y tranquila en Uruguay, país democrático, ordenado, de buen nivel de vida, pacífico y de enorme respeto a la libertad y autodeterminación de los ciudadanos. No pudo concretar los cambios prometidos, pero Uruguay mantuvo su buen nivel de vida

Mujica fue miembro activo del grupo subversivo los Tupamaros, que en las décadas de los 60 y los 70 trastornaron la vida de Uruguay con secuestros, robos, asesinatos y ataques con explosivos que cobraron muchas vidas civiles y de miembros de las fuerzas del orden. Probablemente el caso más grave fue la toma de Pando, una pequeña población muy cerca a Montevideo el 8 de octubre de 1969. Ocuparon las oficinas públicas más importantes, cortaron la comunicación telefónica, asaltaron tres bancos y se llevaron 357.000 dólares equivalentes a tres millones actuales. Murieron elementos de la fuerza pública, algunos asaltantes y ciudadanos ajenos a la operación violenta.

Luego de 14 años en la cárcel, en los que “escuchó a las arañas”, según sus propias palabras, Mujica abandonó el extremismo, se integró a la vida democrática, fue ministro de Agricultura en el gobierno de Tabaré Vásquez, en 2005, y aceptó la economía de mercado que intentó destruir en sus años violentos. De manera que, sí, José Mujica terminó su vida luego de ser un presidente democrático respetuoso y cumplidor de la ley y con un muy hábil manejo de su imagen; pero no es, precisamente, ejemplo de juventudes y vida democrática.